La llamada puñalada trapera a la que muchos nos tienen acostumbrados en los distintos círculos sociales como puedan ser los empresariales, deportivos, artísticos, etc., pero sobre todo políticos, no es sino una consecuencia material llevada a cabo por cualquier sicario a sueldo o, si lo prefieren, el resultado de una metáfora póstuma de una traición silenciosa, preconcebida de antemano en beneficio propio para escarnio de la víctima que creyó en la veracidad de una promesa jamás cumplida.
La víctima de tal infortunio no ha sido otra que Irene Montero, traicionada a propósito por aquella otra de cuyo nombre no quiero acordarme y cuyo falso glamour ha alcanzado las más altas cotas de la superficialidad española en el ámbito político. Bien es verdad que la trampa urdida en un callejón sin salida en el que se ha visto atrapada la joven izquierda española puede beneficiar el propósito que se ha propuesto la intrusa que no es otro, como mal menor, que el de obligar al electorado a tener que elegir a su plataforma si no quiere verse arrastrado al fracaso electoral.
Y eso presenta una gran disyuntiva aún por despejar porque nadie, excepto la propia intrusa, desea menospreciar, humanamente hablando, a aquella otra Irene Montero que tanto se ha distinguido en el seno del gobierno de coalición por haber alcanzado, no sólo unas metas sociales de gran calado en el ámbito de tolerancia e igualdad, sino también un reconocimiento político de gran relevancia, avalado además por distintos medios de comunicación europeos.
Mientras tanto, el PSOE no sabe a qué carta jugar si como resultado de las próximas elecciones diera lugar a un probable gobierno de coalición. Como tampoco se sabe todavía la decisión que habrá de tomar Irene Montero cuando se recupere de las lesiones morales que ha sufrido a tenor de aquella puñalada trapera de tan difícil convalecencia política.
A la falsa glamourosa innombrable parece no afectarle demasiado el reguero de informalidad y traición que va dejando tras de sí camino de la cúspide electoralista que se ha propuesto. No gira la cabeza ni siquiera para evaluar las pérdidas porque, entre otras cosas, se cree no sólo imprescindible sino que, además, se siente del todo indispensable y en política eso no resulta nada bueno ni halagador.
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Licenciado en Historia del Arte y Bellas Artes