Salía con Jorge desde hacía nueve meses. Jorge era el que casi todas queríamos. Era un año mayor que los demás y estaba más desarrollado. Parecía mucho mayor que el resto de la clase.
Todo iba bien hasta que mi amiga Laura me dijo que se había encontrado en el cuarto de baño del instituto a Jorge con Alicia.
—¿Qué has hecho?, dime la verdad, le increpé.
—Debí cortar antes contigo, me contestó. Alicia me gusta más que tú. Hemos terminado.
Estaba rabiosa, y le grité: —Claro que hemos terminado. Eres un cerdo, y Alicia más. Hacéis muy buena pareja.
Mis amigos me acompañaban hasta mi casa hasta que nos cruzamos con mi madre. Entonces, decidimos que cada uno se fuera por un camino para que no se enterara de nada de lo sucedido.
Recorrí los pocos metros que me quedaban solo con mi madre. Como siempre me preguntó: —¿Qué tal en el instituto? —Bien, le contesté. Normal. Como todos los días.
No me dejaba pensar, pero tenía que hacerlo. Y, rápido.
Ya en casa me metí en el cuarto de baño, cogí el móvil y escribí a la zorra esa: “A las cinco delante del bar La esquina”.
Mi madre estaba pesada y yo estaba nerviosa. Salí de casa después de oír sus protestas. Me había preguntado mil veces qué me pasaba. —Nada, le dije. No tengo hambre. Ahora tenemos muchos exámenes. Eso es todo. No le dije más. Era un asunto mío y tenía que arreglarlo yo sola. No necesito el consejo de nadie. Ya soy bastante mayorcita para solucionar mis asuntos.
Llegué cinco minutos antes. Allí estaban todos los de clase. Preparados para grabar. Después, lo subirían a las redes sociales. La noticia se había corrido por todo el instituto. Ahora, todos querían ver el resultado de nuestra pelea. Había muchísima gente, nuestra clase al completo y muchos de otros cursos. Les ignoré. Sólo me paré delante de mis amigos para recibir ánimos. Jorge no estaba entre los míos. Se había ido con Alicia y su panda.
—Tranquila, Abi, me decían. —Eres más fuerte y, además, tienes razón. Acuérdate todo el tiempo de lo que te ha hecho. Alicia es un zorrón. Dale fuerte hasta dejarla sin sentido. Machácala para que no se pueda volver a levantar. Y, entonces, que Jorge recoja lo que queda de ella.
Hacía mucho calor.
Haz bien las cosas, me dije. Pégala hasta dejarla KO. Concéntrate en los golpes. Los primeros son decisivos. El inicio de la pelea puede hacer que sea más corta y determinante.
¡Ahí estaba la zorra! Venía con Jorge. Iban dándose el lote. Ni siquiera en estos momentos escondían su infamia. ¡Eran unos…
Ricardo, un compañero de clase, interrumpió mis pensamientos y se ofreció para dirigir la pelea.
—Por mí, de acuerdo.
Cuando llegó Alicia, Ricardo le preguntó a ella y asintió también.
Había llegado el momento. Ricardo se puso en medio, separándonos antes de empezar. Todos tenían sus móviles preparados.
Uno, dos y… tres. Y, empezó la pelea. Puñetazos, patadas, puntapiés, golpes, pellizcos, tirones de pelo…
La sangre apareció enseguida. El aparato colocado en mi boca arañó y rompió mis labios en el primer puñetazo. A cambio, yo me había quedado con un manojo de pelos entre mis manos y le di una patada en la espinilla. Después le di otra y la tiré al suelo. Entonces, creí que la tenía, pero me lanzó una patada en el pecho. Creía que se me cortaba la respiración. Oía los gritos, pero no distinguía ni lo que decían ni quienes eran. Todos vociferaban. Nos rodeaban. Veíamos móviles por todas partes y oíamos voces y alaridos para seguir.
Alicia consiguió levantarse y volví a darle un puñetazo. Ahora, era ella la que se quedaba con la mitad de mi coleta. Me cogió por los pelos y me arrastró mientras intentaba defenderme. Por fin, me incorporé y le di una patada. Después la cogí por la camiseta. Ahora era yo quien la arrastraba por el suelo dándole patadas y golpes. Los gritos aumentaban:
—¡Alicia!, —¡Abi!, nos alentaban unos y otros.
Alicia consiguió levantarse. Y, entonces me dio un tremendo empujón hasta tirarme al suelo.
Repté corriendo hasta que me levanté y le propiné una fuerte patada que dejó a Alicia sin respiración. Sentada y volcada sobre sí misma sangraba y gritaba. Sus amigos le animaban para levantarse, los míos lo hacían para que acabase con ella y recibiese lo merecido.
Algún vecino de la zona debió llamar a la policía. Cuando la vimos llegar, todos corrimos excepto Alicia que quedó tirada en el suelo. Al llegar una ambulancia la trasladaron al hospital.
Después de siete días ingresada, Alicia ha dejado de ser mi rival.
No es lo que era y nunca más lo será. Ha quedado marcada para la eternidad.
¡Qué se la quede Jorge para siempre!
Doctora en Derecho.
Licenciada en Periodismo
Diplomada en Criminología y Empresariales