domingo, mayo 12, 2024

Alcancia

No sé exactamente la razón por la que la imagen del ahorro está representada por un cerdito, la mayoría de las veces de porcelana, con una ranura abierta en el lomo por donde introducir generalmente monedas de curso legal, cuando no algún que otro billete y que las familias peninsulares que conocí de chico en La Cuesta llamaban hucha. Para nosotros los canarios, se trataba de la alcancía y consistía en un recipiente de barro cocido, acabado en punta roma por debajo de la cual se encontraba la ranura que admitía las monedas o el billete doblado en cuatro, que entonces, todo hay que decirlo, resultaban escasos.

Cada familia con hijos disponía en su hogar de una alcancía y dependiendo de cómo nos comportáramos los niños, los familiares de visita, sobre todo, solían obsequiarnos con algunas monedas en la medida justa de sus precarios recursos. Pero no siempre ese dinerillo ahorrado se destinaba exclusivamente para colmar, una vez rota, los caprichos infantiles más perentorios, sino, que su contenido también se utilizaba en ocasiones para enderezar la maltrecha situación económico-doméstica por la que se atravesara.

Por regla general, la alcancía se rompía siempre en una fecha muy señalada: un cumpleaños, en la primera comunión, el día de Reyes, etc., etc., pero, sin embargo, aquellas familias que mejor se administraban preferían esperar el momento de estar completamente seguras de haber amortizado, como mínimo, el precio que en su día pagaron por ella.

Ni que decir tiene que los niños no intentásemos hacernos con parte del botín cuando intuíamos un allanamiento de nuestros intereses. Recurríamos a girar la alcancía boca abajo y ayudados generalmente por un cuchillo, procurábamos recuperar algunas monedas sin que se pudiera notar el desfalco y correr emocionados hasta los carritos a por las barritas de regaliz y de melcocha.

Recordaba todo lo anterior mientras veía en la televisión sugerentes imágenes de los JJ.OO. en Japón. Quizás fuera porque para España, en su intervención, las medallas hayan ido cayendo tan poco a poco en esa especie de alcancía de barro destinada a ahorrar para un futuro más prometedor dentro de cuatro años y que tanto caracteriza a los llamados países atléticamente pobres como parece ser el nuestro porque aquí el músculo no lo empleamos para tratar de competir con eficacia en el deporte sino, más bien, para sólo cultivar el cuerpo en un exceso de narcisismo muy difícil de explicar.

zoilolobo@gmail.com

Licenciado en Historia del Arte y Bellas Artes

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