martes, octubre 8, 2024
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Pedro Picapiedra

A mí, que se me niegan casi todos los méritos que pueda haber cosechado en mi vida profesional, nadie podrá refutarme mi especialización en el mago. El mago es un depredador nato y el peor enemigo del hombre, es mentira que sea un filósofo y, pase lo que pase, siempre hay un mago mirando (para mal), subido en una loma. El pedazo de animal que lanzó piedras a un helicóptero que tomaba agua de un estanque, cuyos pilotos se juegan la vida para apagar un incendio terrible, piedras que dañaron el rotor de cola y pudieron haber perjudicado las aspas del aparato, tiene que pagar lo que hizo. No debe quedar impune su acción. Pudo ocasionar una catástrofe, pudo matar a dos personas –los pilotos— y quién sabe si la tragedia no se hubiera quedado en dos muertos. La reparación de la aeronave, que tomó tierra de emergencia, costará miles de euros, además de que ha quedado inactiva en las tareas de extinción. ¿A qué ser terriblemente primitivo se le ocurre lanzar una piedra contra el rotor de un helicóptero? Tenerife, además de por el incendio, pasará a las primeras planas de los periódicos del mundo porque entre sus habitantes hay quienes viven en la Edad de Piedra. El mago –hablo en general– es capaz de eso y de más: de pescar con dinamita y quedarse manco, de disparar a un vecino por un lindero y de ejercer otros perversos instintos, que no han variado con el transcurso de los años. Este animal cada día es más animal. Y en Güímar vive, ya lo saben ustedes, Pedro Picapiedra, un pedazo de bestia que se equivocó de tiempo y que apedrea los helicópteros que salvan el pellejo a Tenerife. A mí al mago quítenmelo de delante. Estoy harto de ellos.

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