jueves, mayo 2, 2024

San Telmo

Hay que ser bastante optimista como para llegar a creer que en un lugar tan idílico como siempre ha sido San Telmo en el Puerto de la Cruz puedas degustar lo que el propietario del nuevo Bar de diseño, ubicado en el lugar, ha dado en llamar “paella” y que cocina cada domingo como especialidad de la casa, servida luego a cargo de un personal inexperto que apenas habla castellano y cuyos conocimientos en hostelería son mínimos.

De manera que aceptando la amable ocurrencia dominguera de la pareja de amigos en cuestión, reservamos por anticipado una mesa para cinco personas entre las que nos encontrábamos mi mujer, mi hija y yo mismo. La “paella” había sido cocinada horas antes, y mientras acudían comensales, la paellera, cubierta con papel de plata, descansaba al sol a temperatura ambiente sobre una mesita dispuesta a tal efecto. Desde allí te la servían a la mesa.

Es fácil adivinar que lo que se ofertaba como “paella” era lo más alejado del concepto que de ella tienen, -por poner sólo dos ejemplos-, los valencianos y catalanes, respectivamente, y mucho más todavía del espléndido y socorrido “arroz amarillo” que en Canarias aún continua tan vinculado a los días soleados de playa como los de ayer, día de las madres, por cierto.

Aún así y haciendo de tripas corazón, ,y nunca mejor dicho-, una vez acabada mi escasa ración de arroz, decidí tomar un segundo plato de naturaleza distinta y fue precisamente en ese instante cuando me sentí rotundamente engañado porque a decir del pícaro propietario, allí, en su local, no había otra cosa más de comer. Ni siquiera postre alguno ni tampoco café.

De tal modo que con la educación que muchos dicen que me caracteriza, me opuse rotundamente a tener que pagar por algo que no había saciado en absoluto mi apetito y que no habría otra manera de hacerlo puesto que ya no quedaba más condumio amarillo ni forma alguna de digerir alguna otra cosa que saciara mi voraz apetito veraniego.

Sostuve con el propietario una animada charla sobre el tipo de licencia de apertura que obraba en su poder. ¿Aquello era quizás un Restaurante, un Bar, un Bar-Restaurante, una Cafetería?

En fin, en qué tipo de establecimiento me encontraba yo para tratar de obrar en consecuencia y tomar oportunas decisiones.

No obtuve respuesta alguna satisfactoria de su parte, pero, eso sí, resistí con mucha hambre. Mi mujer, por precaución y para tratar de evitar males mayores, ya había pagado por fortuna sin mi consentimiento y a mis espaldas la factura con su propia tarjeta.

Personalmente, mientras este tipo de establecimientos con supuesta licencia de apertura continúe intentando engañarnos, no me haré en absoluto responsable de las muchas reclamaciones que tendrán que soportar a instancias mías y en un futuro próximo por parte también de la Administración y espero que de otros muchos consumidores también.

Deseo que por el bien de numerosos portuenses, las Autoridades competentes obren en consecuencia.

¡Abre el ojo conmigo! Reza una advertencia típica de nuestra tierra.

zoilolobo@gmail.com

Licenciado en Historia del Arte y Bellas Artes

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