lunes, mayo 6, 2024

Olof Palme

Las autoridades suecas han reconocido, después de treinta y cuatro años de investigación, que el llamado Hombre de Skandia, Stig Engström, suicidado hace ya más de veinte años, fue el verdadero asesino del primer ministro sueco Olof Palme, a la salida de un cine en el año 1984.

A los soldados que como yo, se licenciaban del Servicio Militar Obligatorio durante la dictadura española, no se les permitía entonces viajar de inmediato al extranjero, excepto si firmabas una declaración jurada mediante la cual te comprometías a regresar de inmediato en caso de guerra, pero cuyo permiso correspondiente y definitivo tardaba a veces lo suyo antes de ser expedido.

Después de tramitar la adquisición del pasaporte para poder viajar a cualquier país de Europa, excepto a la Unión Soviética, éste debía ser retirado en el Gobierno Civil donde, curiosamente, el policía de paisano que me atendió entonces en ventanilla, aparte de ser hijo de militar y haber hecho la mili en mi misma compañía y que, además, según supe más tarde, había sido durante aquel periodo informador militar de incognito, resultaba ser el mismo del que tuve que soportar la mala suerte de sufrir un breve interrogatorio sobre el verdadero motivo de mi viaje a Suecia, allá por el año 70 del siglo XX.

Aquella breve estancia de seis meses en la ciudad universitaria de Lund, al sur de Suecia, coincidió con el primer periodo como ministro de Suecia de Olof Palme, entre los años 1969-1976.  Entre otras muchas razones, Palme se distinguió como político por las críticas vertidas no sólo en contra EE.UU por su intervención en la guerra del Vietnam sino, además,  en contra del gobierno sudafricano en relación al Apartheid así como su rechazo institucional a la dictadura española del general Franco.

La casualidad quiso que yo me vinculara estrechamente con la Universidad de Lund por dos motivos bien diferentes que me ayudaban a subsistir durante aquel periodo de estancia. Uno de ellos consistía en la profunda relación que llegué a mantener con el Ateneo Universitario, dónde durante algún tiempo actué como intérprete los fines de semana para los estudiantes que asistían regularmente y quienes, en general, veneraban la figura de su primer ministro socialdemócrata, Olof Palme. La segunda, tuvo lugar en el aula de la Facultad de matemáticas, a la que asistía cada día como miembro del equipo de limpieza entre las seis y ocho de la mañana.

Ambas tareas me permitirían tomarle el pulso a la cotidianidad política sueca del momento, lo que produciría en mí  un profundo impacto desde el punto de vista incluso sociológico, difícil de olvidar como modelo de democracia.

Cosas tan aparentemente banales como el acceso a una gruesa guía en la que aparecía lo que cada ciudadano pagaba de impuestos al fisco, por ejemplo, o el derecho a negarte a que tu teléfono privado apareciera en la guía telefónica, los semáforos para ciegos, las rampas en todos los edificios para el fácil acceso de los discapacitados físicos, etc., etc. Todas estas y otras muchas ventajas, por nímias que parecieran, se encontraban tan alejadas de la realidad española, que, francamente, sentía una profunda vergüenza ajena muy difícil de superar.

Allí no sólo tuve la ocasión de conocer al numeroso grupo de jóvenes americanos y de otros países, desertores del ejército. También a muchos españoles, sobre todo catalanes, que se manifestaban prácticamente a diario contra la dictadura del general Franco, exigiendo ya no sólo su condena, sino también la organización de una república que garantizara el retorno a España de todos los exiliados por motivos políticos.

zoilolobo@gmail.com

Licenciado en Historia del Arte y Bellas Artes

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