Una característica intrínseca en la idiosincrasia del pueblo inglés es el concepto que tiene de su propia monarquía. Nadie como ellos han sabido explotar hasta la extenuación los recursos habidos de su pasado colonial y que han hecho del Reino Unido uno de los países más ricos y prósperos de Europa en beneficio de sus propios intereses como consecuencia, todavía hoy, de las relaciones políticas y comerciales entre todos aquellos otros países que, desde entonces, han venido formando parte de lo que se conoce como la Commonwealth y que tantos beneficios aporta a las instituciones británicas; algo que no supieron hacer los españoles en la época dorada en la que nunca se ponía el sol en nuestro pasado imperio y cuyas colonias fueron posteriormente abandonadas de la mano de Dios.
Dicho lo cual y pese a que Inglaterra es hoy por hoy y desde hace mucho tiempo una monarquía parlamentaria, los fastos por el reciente fallecimiento de la reina Isabel II no se han hecho esperar en su país. Bien es verdad que ha muerto como consecuencia de los males que se han presentado a una edad como la suya y que no ha supuesto ninguna sorpresa inesperada para la Corte y por cuyo desgraciado motivo, como era ya de esperar, su hijo Carlos le ha sustituido en el cargo como rey del Reino Unido.
Pero, hablando de fastos, aquí en España no estamos obligados, como ha ocurrido en el caso de Madrid, a guardar tres días de arbitrario riguroso luto como consecuencia de tal fallecimiento, lo que pone a Díaz Ayuso en un apretado ridículo a sabiendas de que fueron miles los ancianos que en la capital de España perdieron la vida, casi abandonados, como consecuencia de la pandemia de Covid sufrida en su día y a los que aún no se les ha ofrecido un reconocimiento oficial por parte de las autoridades de la capital de España.
Todo ello sin contar con la afrenta que todavía supone la existencia de la colonia inglesa de Gibraltar en nuestro propio territorio y que tanto escuece todavía desde el punto de vista político y comercial y sin vías de solución inmediata a un problema que en su día quedara solucionado mediante un referéndum, cuyo resultado se saldó en favor de la permanencia de los gibraltareños en suelo inglés, sin que la Comunidad Internacional velara por la devolución a España y sin condiciones del Peñon, incluida su población de simpáticos monos.
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Licenciado en Historia del Arte y Bellas Artes