DE PRONTO sintió la sensación de que lo había contado todo y ese mismo instante se le acabó la inspiración. Fueron años de inactividad para la escritura, si acaso algún apunte en su viejo cuaderno de tapas negras, en el que también llevaba las cuentas y apuntaba los recados. No hacía sino leer, leía desaforadamente, leía todo lo que llegaba a sus manos y no sentía el más mínimo deseo de contar algo, ni siquiera de interpretar lo asimilado, darle la vuelta y echarlo fuera. Celestino Alonso decidió entonces morirse, la mejor forma de alcanzar la meta de su inactividad intelectual. Como no tenía valor para utilizar la difícil vía del suicidio planeó matarse por dentro y comenzó a escribir unos horribles artículos en su periódico habitual, provocando heridas muy graves a la sintaxis, que sin embargo fueron interpretadas por los intelectuales como una rareza, por otra parte algo habitual en aquel gran escritor. Y entonces todos empezaron a escribir tan mal como él, haciendo nacer un nuevo estilo. Desesperado porque su intento de matarse por dentro le había salido mal y muy triste por haber causado tanto daño a la literatura, Celestino Alonso volvió a escribir conforme a los cánones de las sintaxis y desde aquel mismo instante los destinatarios de su obra comentaron a gritos que ya no era el mismo, que había perdido su gracia, que estaba acabado. Aliviado por haber conseguido lo que se proponía, se enfrentó a sus obras completas, prologando lo escrito, ordenándolo, añadiendo notas y dejándolo todo preparado para que sus herederos ganaran algún dinero, tras su inminente desaparición. Fue entonces cuando le asaltó la duda de si su estilo impecable triunfaría después de su óbito o tenía que traducirlo todo a la versión abominable para conquistar el triunfo literario póstumo. Celestino Alonso era un hombre disconforme consigo mismo, como se habrá podido deducir por lo escrito hasta este momento. Enfrascado en su dilema volvió a abandonarse en sus últimos años, viviendo de sus ahorros y caminando sin parar por pueblos y ciudades de su país y de otros países, sin leer ni escribir absolutamente nada pero mirándolo todo atentamente. Se dio cuenta, al cabo de su andadura, de que el hombre vive fundamentalmente, de tres actos indiscutibles: leer, escribir y mirarlo todo atentamente. Se sentía liberado de las malas noticias de los periódicos y de la lata de corregir sus escritos, tarea en la que siempre se escapa algo, con lo que esto fastidia. Y ante sí se abrió un mundo increíblemente optimista. Celestino Alonso había residido desde su juventud en un pesimismo secular, el que habitualmente provoca la escritura, por eso ahora se sentía receptivo a la felicidad, estado de ánimo que no conocía, o que conocía muy de pasada. Se volvió tolerante y sonriente, no envidiaba a nadie y hasta le entraron ganas de seguir viviendo, traicionando sus propios pensamientos suicidas de antaño. Nunca volvió a escribir una línea ni tampoco a leer un periódico, ni siquiera un libro de pocas páginas. Para no olvidarse del todo de las letras se fijaba mucho en los avisos de neón, en los rótulos de las tiendas y en las carteleras de los cines. Tan solo asistía a las películas que no contemplaban sufrimientos de niños ni deslealtades de amantes, que no soporta. Un día enfermó y deseó con vehemencia su curación, sentimiento impropio de un hombre que había luchado tanto para morirse. Celestino Alonso comenzó a rejuvenecer de tal manera que las arrugas desaparecieron de su cara; regresó plenamente a su juventud en el instante en que llegó, en autobús, a un pueblo de Alemania llamado Heidelberg. Salió del autocar hecho un niño, saltó sin dificultad un muro no muy alto y recordó las canciones de su infancia, le entraron ganas de comer helados y hasta leyó los titulares de un periódico, en alemán, mientras tomaba un refresco en la terraza de un bar. Cuando su madre le despertó para que no llegara tarde a la Universidad, Celestino Alonso se dio cuenta de que un sueño le había hecho contemplar su vida hacia atrás y bendijo aquel sopor nocturno que iba a cambiar su existencia futura. Se tapó con una almohada, en un intento de logra la oscuridad necesaria para reparar su memoria herida, pero sólo escuchó la voz de su madre que le daba prisa. Cuando se miró en el espejo se vio joven y apuesto, sin ganas de escribir, ni de leer, pero sí de mirarlo todo atentamente. Decidió entonces que no se haría escritor, sino artista, y ahí está, pintando paisajes maravillosos, rostros optimistas y niños que no sufren y sacando a los pinceles todo el color de un mundo feliz. Celestino Alonso es hoy rico y optimista, deplora la literatura y sólo quiere oír hablar de buenas noticias, por lo que no compra jamás un periódico. Y hace bien.