Los servicios de meteorología habían anunciado una DANA con nivel de alerta roja, la antigua gota fría a la que los valencianos están acostumbrados en el mes de septiembre u octubre.
Durante horas los cielos se desplomaron. Fue un no parar. Las previsiones se quedaron mudas. Se alcanzaron casi quinientos litros de agua por metro cuadrado.
La acumulación y el movimiento de las aguas han producido Inundaciones devastadoras con unos destrozos inimaginables. Las calles, convertidas en torrentes de agua. Carreteras cortadas. Puentes, casas y locales destruidos. Miles de vehículos arrastrados con mobiliario urbano y árboles formando barreras infranqueables.
El paso del agua dejó pueblos arrasados. Fantasmagóricos. Devastados.
Y en medio del aquelarre desatado empezó el recuento de las víctimas mortales. Las trágicas pérdidas humanas. Muerte de ancianos, jóvenes y niños que producían más dolor, tristeza y angustia en los que se habían refugiado en locales improvisados para su cobijo.
El número crecía sin cesar. Y a los fallecidos se sumaba la incertidumbre dolorosa de tantos y tantos desaparecidos. Una desolación total.
El desastre visto y el que se avecina en medio del caos ha silenciado a los españoles.
Un país entero con el corazón encogido está de luto, compartiendo su incredulidad, dolor y sufrimiento.
Y tras la conmoción inicial se ha desatado la generosidad. Desde cualquier rincón surgen personas que quieren ayudar y se organizan para colaborar. La solidaridad prende y se extiende como un reguero luminoso alumbrando las oscuras horas vividas. Pequeñas luces a lo largo de toda la geografía. Empresas, instituciones, gobiernos autónomos llevan ayudas y hacen donaciones. Todos al unísono, impactados y sobrecogidos se echan a la calle.
Personas que abren las puertas de sus casas a sus vecinos. Pescadores que con sus barcas navegan por las calles salvando la vida de los atrapados en sus casas mientras el agua cubría sus cuerpos. Agricultores que acuden con tractores, grúas y palas para elevarse hasta las ventanas más altas de los edificios y liberar a los que contaban los minutos que les quedaban de vida. Policía, guardia civil y militares desde tierra y aire liberando sin descanso a los que esperan impacientes su rescate.
La luz del nuevo día muestra el horror sin sombras. Y los voluntarios se multiplican. Vecinos de pueblos aledaños acuden para achicar toneladas de lodo y barro. Vacían locales y viviendas. Llevan bebida, comida y ropa de abrigo.
El gobierno declara el luto durante tres días y en el Congreso de los diputados se guarda un minuto de silencio por las numerosas víctimas.
Tras el silencio, vuelven las voces. El portavoz del PP solicita la supresión de la sesión plenaria, y el portavoz del PSOE acepta solo suprimir el control al gobierno, pero pide “mantener la actividad legislativa del Parlamento” y votar la convalidación de un Real Decreto-ley que cambia las mayorías políticas del consejo de TVE. Y todo ello, a pesar de contar con un plazo de casi tres semanas para poder hacerlo.
La situación se tensa en el hemiciclo. Sumar declara que “Los diputados no vamos a achicar agua a Valencia”, y desde Junts se declara que “La gente de la calle no lo va a entender”.
Antes de proceder a la votación los diputados de Compromis, Vox y el PP salen del hemiciclo.
Una vez más, España muestra lo mejor y lo peor del ser humano. La generosidad y la miseria.
Los políticos dicen estar preocupados porque la sociedad cada día está más alejada de ellos. Una brecha que crece sin fin.
Ya lo decía la parlamentaria de Junts: “La gente de la calle no lo va a entender”.
Doctora en Derecho.
Licenciada en Periodismo
Diplomada en Criminología y Empresariales