Mi ausencia durante el mes de Mayo en las páginas de esta publicación de la que soy asiduo colaborador se ha debido, precisamente, a mi estancia vacacional en el Puerto de la Cruz, donde, además, presentaba mi exposición de fotografías, titulada Féminas, en el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias.
Hoy me encuentro frente al ordenador en la que entonces fuera para mí la tierra prometida en materia profesional y cultural: Cataluña. Y desde esta perspectiva me permito el lujo de analizar el concepto de canariedad vivido con más o menos fortuna en el norte de la isla de Tenerife, donde muchos de sus habitantes, en los que incluyo incluso a amigos, presumen de un sentimiento españolista que se encuentra muy por encima y en contradicción con la propia condición de isleños de la que también se jactan.
Ya nos hubiera gustado a muchos de nosotros haber sido directos descendientes de los aborígenes isleños, en cuyo caso no nos sentiríamos tan “españoles” como muchos pretenden y sí muy canarios, con todo lo que esa paradoja significa para el sentimiento popular de muchos peninsulares a los que nosotros consideramos con cierto menosprecio “godos”. En un sentido nos consideramos más españoles que los propios peninsulares, pero lo cierto es que, según mi criterio, no somos del todo ni una cosa ni la otra.
Como bien dijo el poeta, “a mí me nacieron” y en tal sentido no elegí el lugar porque, además, hoy por hoy, ello no afecta en absoluto al modo y manera que tengo de pensar. Uno no piensa exclusivamente en español y por tal motivo a los sordomudos, por fortuna, les da lo mismo serlos en España, Francia o Alemania porque al igual que ellos, mis propias ideas no dependen en absoluto del lugar de nacimiento ni del idioma.
De manera que, pese a todo y como resulta lógico, amo al archipiélago donde me nacieron, pero no me siento para nada tan español como algunos pretenden que me considere porque, en un sentido, mi arraigo lo reconozco profundamente canario a pesar de que por culpa de los conquistadores españoles no hayamos podido disponer de una lengua propia hablada con la que poder discutir sobre estas y otras delicadas cuestiones que a los insulares del Atlántico nos atañen tanto.
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Licenciado en Historia del Arte y Bellas Artes