Muchos defienden la creencia de que en la vida todo está escrito de antemano y que estamos abocados a realizar aquellas tareas y acciones que están programadas en nuestros destinos y que habitualmente calificamos como “casualidades de la vida”.
La anécdota que voy a contar va un poco de esto y me ha venido a la memoria en la posterior resaca del evento de presentación del libro, “Obras para Timple”, cuyo autor es David Duque Infante. Y la saco hoy a la palestra con cierto desconsuelo por no haberme acordado antes, pues el momento ideal para ser contada hubiera sido durante mi intervención en ese acto.
Ocurrió que, hace unos diez años, encontré una foto de mayor antigüedad, finales de los noventa, en la que estoy tocando la guitarra para unos escolares junto a mi hijo Gabriel, aun muy pequeño, a la viola.
La imagen fue tomada en una de tantas colaboraciones que realicé en el colegio “Rodríguez Galván” de Santa Cruz de Tenerife, centro que estuvo dirigido durante varias décadas por mi buen amigo Rafael Lorenzo. Y precisamente por esa amistad que nos ha unido siempre, me gustaba mucho colaborar en las actividades culturales que él siempre preparó con mucho esmero y en las que contaba conmigo para intentar dar algo de realce a los días señalados del calendario –Navidad, Día de Canarias…–. Y esta foto fue tomada en uno de esas jornadas de actos culturales y para esa ocasión, mi hijo Gabriel fue el protagonista con su recital de viola, en el que yo le acompañé a la guitarra. Siempre merecía la pena acudir a la llamada de “Rafa”, pues su magisterio previo a los conciertos, con el alumnado, daba como resultado una atención, respeto y aprovechamiento de lo que allí se explicaba y se escuchaba, pocas veces vista.
Una vez encontrada la imagen la subí a mi perfil de Facebook, a un álbum titulado “De todo un poco”, en el que guardo muchos recuerdos profesionales y artísticos. Al cabo de unos días, David me sorprende con un comentario en el que me dice que él está en la foto, que es el niño que está sosteniendo su cuerpo valiéndose de su mano izquierda. También me dice que recordaba perfectamente el día en el que un “hombre”, acompañado por su hijo, fue a dar un concierto a su colegio y que él se fijó, con cierta admiración, en la manera en que aquella persona tocaba la guitarra. Él, que en ese momento iniciaba sus primeros pasos con la guitarra a nivel de acompañamiento en nuestra música tradicional, encontró seguramente en ese instante su primera inspiración guitarrística de cierta entidad.
Quién nos iba a decir que nuestro posterior encuentro en el conservatorio no era el primero, pues ninguno de los dos fuimos conscientes de lo ocurrido aquel día en su colegio. Y además, que nos íbamos a dar cuenta de lo acontecido, siendo ya mayor y con un alto nivel guitarrístico, una vez finalizada su formación en guitarra clásica, durante la cual fui su profesor.
Aquellos defensores de que “todo está escrito”, dirán que ese día estaba en nuestros destinos, con la finalidad de dar comienzo a todo lo que ocurrió con posterioridad.
En definitiva, es una historia que constituye una preciosa y potente anécdota, que hace que me sienta mucho más unido a él, si cabe.
Seguramente, una “casualidad de la vida”… o no, esa es la cuestión.