Esta vez, uno de los mayores supuestos cobardes que ha dado la historia reciente de Cataluña, ha estado merodeando por el Mediterráneo; concretamente por las inmediaciones de la isla de Cerdeña, sin saberse a ciencia cierta con que aviesas intenciones.
Como casi todo el mundo sabe, Cerdeña, en su día, perteneció a la corona de Aragón y de ahí el interés que la isla pudo haber despertado en el prófugo de lujo de la justicia española, de la que no puede escapar tan fácilmente, aún cuando disfrute de un exilio voluntario para tratar de eludirla sin ni siquiera saberse con exactitud quienes son las entidades que financian el despilfarro que cuesta mantener su estancia fuera de España.
Tal vez se haya presentado en aquella isla buscando adeptos para su causa perdida, habida cuenta de la conexión que durante siglos haya podido establecerse entre los ricos herederos de la corona de Aragón que en su día la conquistaron y la jerarquía judicial del hoy gobierno sardo que lo ha despachado sin adoptar ningunas especiales medidas cautelares de seguridad, alegando en su favor que, como eurodiputado que todavía es, puede viajar libremente para participar en las reuniones que considere oportunas mantener en el Parlamento Europeo.
Puigdemont no habría tenido supuestamente que ser tan cobarde como para haber eludido con tanta facilidad la justicia de un país democrático como el nuestro y haberse sometido a un juicio justo como el que tuvieron el resto de responsables de aquel 1º de Octubre de 2017. Para colmo, todos menos él asumieron su participación en los hechos acaecidos y corrieron con la pena de prisión impuesta por los jueces mientras él se ponía a salvo de manera fraudulenta no ya solo contra el estado de derecho sino también contra el compromiso contraído por todos y cada uno de sus cómplices, a los que moral y éticamente hubo de traicionar con la banal excusa de que desde el exterior podría ganar adeptos a nivel internacional para secundar con éxito el tan discutido proceso catalán.
En cualquier otra dictadura parecida a la que durante tanto tiempo tuvimos aquí en España, la cobarde fuga del señor Puigdemont le hubiera costado muchísimo más cara que la pena que habría de sufrir hoy en un país democrático como es España.
No obstante, el derecho internacional se habrá de estudiar minuciosamente hasta que jueces y abogados puedan llegar, en definitiva, a la conclusión de si al expresidente de la Generalitat se le puede considerar definitivamente como prófugo de la justicia española y en consecuencia un cobarde a juicio de los catalanes o, por el contrario, un adalid de la lucha por la independencia de Cataluña.
Mientras tanto, la cuestionada mesa de negociación entre el Gobierno de la nación y la Generalitat de Cataluña continúa aún sin que nadie por el momento presente batalla.
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Licenciado en Historia del Arte y Bellas Artes