viernes, marzo 29, 2024
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El perro del hortelano (2)

Cuando la economía iba relativamente bien y se comentaba que por tal razón los empresarios solían atar con longanizas a sus perros, también se afirmaba que el del hortelano, precisamente, ni comía ni dejaba comer y, además, siempre se le presentaba como cabal ejemplo de maldad canina,  aplicada también a aquellos seres humanos que no sentían ninguna compasión ni empatía por las estrechas dificultades por las que atravesaba el prójimo más próximo a sus haciendas.

Claro que, en realidad, el perro del hortelano no es que pasara hambre porque para evitarla su dueño se preocupaba en premiarle con ricas viandas de vacuno por su trabajo, pero siempre a condición de que el can no permitiera que ningún ser humano se beneficiara gratuitamente de las verduras y hortalizas de su rico huerto. Por sentido común, se desprende entonces que si el perro del hortelano no come verduras ni hortalizas es, precisamente, porque ningún perro las come, al no formar parte de su natural dieta alimentaria, pero, a pesar de ello, tampoco permitía que se beneficiaran de esa particularidad los parroquianos más necesitados de alimentos.

Otra cosa bien distinta y en cierto modo razonable es que no dejara comer a otros las ricas viandas con las que le obsequiaba su dueño a cambio de su denigrante trabajo como guardián, porque entonces sí que se hubiera perecido de hambre, de modo que el pecado canino no consiste en evitar que se apropien de su carne, sino en no dejar comer las verduras y hortalizas que a los humanos ya les va bien para matar el hambre mientras, para saciar la suya, a él no les interesa ni siquiera como alimento.

Y es esta la dicotomía en la que se mueve, en la mayoría de los casos, la condición humana. En tratar de convertir al hombre en celoso guardián de aquello otro que no necesita ni siquiera para subsistir, en perjuicio de otros muchos que pudieran aprovecharse honestamente de lo que el perro del hortelano rechaza para sí porque su aparato digestivo es contrario a metabolizar frescas verduras y ricas hortalizas.

De manera, que la culpa en sí misma no es del perro del hortelano, del que siempre se ha dicho que ni come ni deja comer; la culpa es, sin lugar a dudas, del propio hortelano, su dueño.

zoiloloo@gmail.com

Licenciado en Historia del Arte y Bellas Artes

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