sábado, abril 20, 2024
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Tiempos modernos

Esa voluntad escondida por la que uno se siente obligado a escribir es muy difícil de determinar, sobre todo porque nadie te lo ha pedido expresamente, pero, al fin y al cabo, es una voluntad férrea que se manifiesta espontánea y de la que uno no puede reprimirse si se tiene en cuenta el tiempo en que nos ha tocado vivir y el poco que ya nos queda, por el que tu testimonio, a pesar de no ser el único, sí que pretende dejar una impronta de inconformidad con todo aquello que acaba sucediendo a tu alrededor y con lo que, en absoluto, estás  de acuerdo.

Quizá mi testamento emocional sólo consista en eso; en un testimonio que no crea riqueza ni que pueda beneficiar a terceros, pero que sí  trata de la justificación privada de mi paso por la tierra en este periodo breve de tiempo y que, al parecer,  no ha sido en absoluto de mi total conveniencia. Y eso creo que nos pasa a todos; unos pueden o deciden contarlo y otros no.

De manera que esta diáfana mañana dedicada a la Virgen del Pilar, me ha dado por eso. Por creer que escribiendo, como lo hago desde hace algún tiempo, le doy verdadero sentido a mi vida; que opinar no cuesta dinero, es gratis y por lo tanto se convierte en el único vehículo a mi disposición capaz de que se me pueda escuchar, capaz de tratar de alzar la voz y proponer otras muy distintas formas de convivencia pacífica.

Suerte tenemos de contar con lo que se ha dado en llamar libertad de expresión,  de la que cualquiera puede valerse para denunciar todo aquello en lo que no que cree, que le parece injusto y que ataca a los principios fundamentales del ser humano, como, por ejemplo, su legítimo derecho a despreciar el abuso que en su mayoría sufren las clases más humildes como: ex presidentes, diputados, senadores, registradores de la propiedad, secretarios de estado, ministros, jueces, fiscales, embajadores, cónsules, obispos, etc., mientras el resto de la población trabajadora se beneficia de todo un confort gratuito e inimaginable a costa del sudor de los políticos y de las arcas del estado.

¡No me lo puedo creer! Que en un país de democracia tan moderna se puedan dar casos en los que la llamada clase trabajadora haya conseguido el mismo estatus y rango que la clase política y empresarial. ¡Parece inconcebible!

Pero, ni tanto ni tampoco.

zoilolobo@gmail.com

Licenciado en Historia del Arte y Bellas Artes

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