Mucho antes de que el Sr. Morcillo decidiera asistir a la consulta de su afable amigo y médico de familia de toda la vida, ya había hecho insertar esa misma mañana un escueto anuncio en el diario La Vanguardia en los siguientes términos:
Transportes Morcillo. Pequeña empresa familiar dedicada al transporte nacional e internacional por carretera, precisa señorita para su oficina que hable perfectamente inglés.
Luego se dirigió a pie, caminando con las piernas muy abiertas, hasta el ambulatorio próximo de la Seguridad Social de su barrio.
-Buenos días, doctor, -saludó Morcillo nada más abrir la puerta de la consulta de su amigo y médico favorito-.
-Buenos días, Morcillo, ¿Que te trae esta vez por aquí?, -respondió el doctor en tono algo jocoso pues de sobra conocía el desagradable padecimiento de su obeso cliente-.
-Pues bien, lo de siempre, -comenzó por precisar el paciente mientras ordenaba mentalmente sus comprometidos argumentos-. En estas últimas semanas he venido padeciendo de nuevo las molestas y horribles hemorroides externas de costumbre como consecuencia, seguramente, de la gran cantidad de horas que, en suma, me paso sentado frente al volante. Claro, que ello no tendría la menor importancia si no fuera por lo mucho que me perjudica el hecho de estar, precisamente, casado.
-¿A qué se debe la relación que expresas entre tu estado civil y la supuesta gravedad de tus inflamadas hemorroides externas, Morcillo?, -preguntó incrédulo aunque sonriente el doctor-.
-Verás, ….pues que después de los baños de asiento de agua helada en el bidet que me habías recomendado tomar para tratar de bajar tan dolorosa inflamación, procedo posteriormente, tal y como bien me aconsejaste, a la higiene personal de esa parte del trasero con la mala fortuna de que la alianza de oro de casado que , desde mi boda, adorna el anular de mi mano derecha, se convierte durante el proceso de higiene personal en un peligroso instrumento cortante, sobre todo cuando me froto, haciéndome incluso sangrar abundantemente.
-Eso tiene dos fáciles y distintas soluciones, Morcillo, -aconsejó siempre risueño su amigo y doctor del alma-. Cámbiate el anillo de mano o bien despréndete durante un tiempo de tu inseparable preciada joya y mantenla convenientemente guardada hasta que recuperes del todo la salud en esa parte tan delicada de tu oronda anatomía, hombre.
-Eso es imposible, doctor, y también por dos difíciles y distintas razones, -respondió convincente el camionero-. Primero, porque la dichosa sortija, debido a mi mórbida obesidad, habrían de seccionarla a fin de lograr deshacerme definitivamente de ella y segundo porque mi mujer me lo impide expresamente; me lo tiene totalmente prohibido. Ella cree que la continua presencia del anillo en el dedo, contribuye eficazmente a mantener a suficiente distancia a sus posibles rivales ya que, gracias a él, sus competidoras comprueban mi auténtica condición de hombre felizmente casado y en consecuencia desisten.
En ese caso, -respondió sonriente el doctor-, te repito una vez más: deshazte definitivamente de la alianza de oro en cuestión y en el preciso momento en que cualquier otra mujer se te acerque con las supuestas intenciones y el propósito que siempre tu querida esposa concibe entre las probables rivales de su mismo sexo, no tienes más que bajarte tranquilamente los pantalones hasta por lo menos las rodillas, girarte graciosamente hacia la recién llegada inclinando noventa grados el torso hacia adelante y, por último, mostrarle sin ningún tipo de pudor tus múltiples, generosas e inflamadas hemorroides violetas que tanto te afectan como símbolo inequívoco de auténtico hombre casado, fiel, temeroso y, sobre todo, trabajador incansable.
Ya de nuevo instalado en su pequeño despacho, su siempre suspicaz esposa hizo pasar a una joven extranjera de rubia cabellera que, al parecer, acudía a él en relación con el anuncio aparecido aquella misma mañana en el diario y con la sana intención de conseguir tan ansiado empleo.
¿Vienes a por lo del empleo?, -preguntó Morcillo visiblemente sorprendido por el intenso color amarillo de su pelo-.
-I’ m sorry, I don’t understand you, -respondió más sumisa que sonriente la joven recién llegada-.
-Que si vienes por lo del empleo, -insistió pacientemente Morcillo-.
– Excus-me!, I don’t speak spanish……., -respondió la inglesita rubia visiblemente decepcionada-.
-Pero……., vamos a ver; ¿Tú no hablas mi idioma, coño? -casi le increpó Morcillo con las hemorroides inflamadas ahora al máximo-.
– I’m english, I’m speak perfectly english, -respondía una y otra vez la joven mostrándole enérgicamente con una mano el trozo de periódico mientras con el dorso de la otra golpeaba violentamente el anuncio insertado-.
Morcillo, levantándose no sin cierta dificultad del asiento (y todos sabemos por qué), se aproximó entonces, siempre con las piernas separadas, muy despacio hasta la joven que permanecía del todo indecisa y aún en pie en medio del diminuto despacho, frente a su mesa, y asiéndola fuertemente del brazo, conduciéndola sin dilación hasta la salida de la entidad y sin que la inglesa pudiera entender absolutamente nada de lo que el empresario decía, éste le iba repitiendo insistentemente, una y otra vez, mientras le abría la puerta de par en par:
-Yo mañana, telefón a tí; sí, sí, yo mañana, telefón……..
A la mañana siguiente, en la sección correspondiente de La Vanguardia volvía a aparecer un nuevo anuncio pero puntualizando y editado ahora en los siguientes términos:
Transportes Morcillo. Pequeña empresa familiar dedicada al transporte nacional e internacional por carretera, precisa para su oficina señorita española que hable perfectamente inglés o bien señorita inglesa que hable perfectamente español.
zoilolobo@gmail.com
Licenciado en Historia del Arte y Bellas Artes