lunes, septiembre 9, 2024

La flor y nata

El continente y el contenido del Pazo de Meirás es, desde ahora y supongo que para siempre, propiedad de Patrimonio Nacional. Los Franco ya lo han disfrutado lo suficiente como para que en lo sucesivo podamos hacerlo también nosotros, españolitos de a pie. Más vale tarde que nunca, dirán muchos, pero lo cierto es que hemos tenido que esperar demasiado tiempo para que la justicia haya decidido poner las cosas en su sitio; aunque el pazo, ya se sabe, nunca se ha movido de donde todavía está. ¡Y por fortuna! porque de haberse podido trasladar, Dios sabe donde habría que haber ido a buscarlo hoy.

¿Cuántas generaciones se habrán podido perder su disfrute? Eso ya es lo de menos porque los acontecimientos no pueden retroceder al gusto de todos, pero es bueno saber que ciertos símbolos arquitectónicos de los que presumía la dictadura han regresado a manos de sus auténticos propietarios unos o destruidos otros por exaltación a un régimen que nos complicó la existencia a muchos. Lo más interesante del pazo es que no pertenece al estilo de arquitectura franquista llevada a cabo después de la guerra, sino que posee una personalidad propia, característica no sólo de su época sino, también, de la zona geográfica donde se ubica.

El que estaba destinado a ser substituto del dictador hubo de cambiar entonces su destino no por decisión propia sino por el cúmulo de circunstancias que se dieron lugar a la muerte del Generalísimo. Juan Carlos I no supo o no pudo guardar el enmarañado nudo con el que Franco había atado y bien atado todo su legado político y tuvo que ser aquella espada de Damocles, llamada Democracia, la que de un certero mandoble desatara el siniestro paquete y se deshiciera de toda aquella inmundicia que nos seguía privando de la libertad que continuábamos persiguiendo. El resto de la historia ya la conocemos todos como para pedirle hoy cuentas al rey emérito por sus constantes salidas de tono en lo político, en lo financiero y también en lo personal.

En ocasiones, para algunos no existe más patria que el dinero contante y sonante. Despojarse de parte de esa patria, apremiada por la gestión de la Agencia Tributaria, no está al alcance de cualquiera, ni siquiera de aquellos que en el extranjero se jactan de auténticos españoles, sólo por el hecho de que en sus cuentas internacionales figuran apellidos ilustres de gran tradición en el seno de la flor y nata de una sociedad nutrida de marquesados, ducados, gentilhombres de probada tradición castellana que, para colmo, presumen del honor que les caracterizan tales títulos nobiliarios frente a la burguesía rampante que, en general, cumple honestamente con sus obligaciones para con el erario público.

Continuará.

zoilolobo@gmail.com

Licenciado en Historia del Arte y Bellas Artes

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