Me jacto de no conocer a ningún estibador portuario que haya tenido que asistir a cualquier gimnasio para prepararse con la única intención de tratar de rendir más en su duro trabajo diario. Por el contrario, muchos de los que asisten a muscularse a dichos centros no lo precisan en absoluto para sus distintas ocupaciones con las que habitualmente se ganan la vida.
¿Para qué tanto músculo? He llegado a la conclusión de que un gimnasio resulta ser, en los tiempos que corren, la antítesis de las bibliotecas, lugar en el que, por cierto, me ejercito a menudo para estar en la forma intelectual que me preocupa y poder presumir de ello sin necesidad de mostrar los abdominales, pectorales, bíceps, tríceps, etc. de los que, por otra parte, carezco totalmente.
No comprendo la utilidad que supone el querer estar musculado sin necesidad.
En cualquier caso, reconozco que no soy quién para criticar y mucho menos impedir que ninguna otra persona desee hacer con su cuerpo lo que realmente desee, pero yo no estuve nunca dispuesto a ello si mi trabajo no me lo exigía expresamente.
Los jóvenes y no tan jóvenes de hoy día suelen responder a esta duda que me planteo con la respuesta incomprensible de que compiten contra ellos mismos en lo que a físico se refiere. Plantearse metas gratuitas que sólo conducen a un falso entusiasmo provocado por la adrenalina que son capaces de generar artificialmente.
Una mañana cualquiera, el monitor de un gimnasio de moda encontró un ejemplar caído en el suelo de una conocida novela de ficción.
-Esto no es una puta biblioteca; es un gimnasio, -vociferó airadamente-.
Y dirigiéndose en procaces términos al menos dotado físicamente de los jóvenes que allí se encontraban le susurró de manera muy marcada:
-Se-gu-ro que es tu-yo, ¿No?
El joven negó rotundamente que el libro fuera suyo, pero aunque no lo pudo demostrar, a ojos del monitor sólo el menos dotado físicamente de su grupo debía ser el que perdiera el tiempo, según su propio criterio, leyendo ficción en lugar de muscularse como realmente debiera ser.
Nunca competí contra nadie. Ni en juegos de mesa, ni de azar, ni en deportes, ni profesionalmente, etc. Mucho menos contra mí mismo porque si algo creo que todavía me caracteriza es la seguridad que tengo en mis propias convicciones, relacionadas, sobre todo, con mi absoluta independencia física e intelectual.
zoilolobo@gmail.com
Licenciado en Historia del Arte y Bellas Artes