En estos tiempos que corren de controversia política en España a pesar del verano, pero con tiempo de sobra para reflexionar sobre aquellos recuerdos que rescatas de pronto del pasado y que dejaron entre nosotros, niños entonces, una cierta huella de humildad de la que no fuimos del todo conscientes, destaca un hecho muy significativo, doméstico y humilde, que allá por los años cincuenta y sesenta resultaban tan cotidianos como mecánicos. Y se trataba de un gesto de misericordia en relación con el pan; pan que entonces, y en La Cuesta en concreto, denominábamos del cuartel y cuyos chuscos, elaborados en el Cuartel de Intendencia sito entonces en la Carretera del Sur, abastecía a los carritos instalados en las inmediaciones del Cinelandia y la Sociedad del Arguijón Club de Fútbol y cuyo precio solía ser inferior al pan tradicional de las tahonas.
Aquel gesto al que me refiero se trataba no tanto de un acto religioso como de un ademán de humildad y que solía consistir en besar la rebanada de pan después de recogerlo del suelo una vez había caído por un descuido al servir la mesa. También lo besábamos en el momento de tirarlo a la basura cuando ya estaba tan duro que no se podía masticar. Nos despedíamos de él con la misericordia que entonces le debíamos porque adquirirlo costaba mucho sudor y, por ende, se le debía un respeto mayúsculo que hoy día se ha perdido.
El hecho de no guardarle esa reverencia se tomaba como un agravio en una época en la que la mayoría de familias de un estatus social en general bajo, ni siquiera bendecían la mesa a la hora de comer, pero ¡Cuidado con el pan de cada día! que no lo daba el Señor sino que había que ganarlo con el sudor de tu frente que en algunos casos era mucho entonces.
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Licenciado en Historia del Arte y Bellas Artes