El calor empezaba a apretar. Los termómetros superaban los cuarenta grados. Los dos hermanos estaban jugando en su habitación del tercer piso. Rubén abrió la ventana. —Ven Rafi, asómate. Mira que flores más bonitas. —Voy, gritó emocionada el torbellino de su hermana. Rafi tomó impulso, cerró los ojos y, pensando en la carrera que iba a hacer, corrió con tanta energía que, sin entender cómo, resbaló y se lanzó al vacío.
Una vecina que pasaba por delante del patio vio el terrible accidente. Aterrada, llamó inmediatamente a una ambulancia y, de camino al hospital, consiguió contactar con Macarena, la madre de Rafi. —Estoy con ella, nos vemos en el hospital Reina Sofía.
Macarena y su marido Carlos acudieron despavoridos. Una vez en el hospital, y sumidos en un ataque de nervios, escucharon el durísimo pronóstico. La médula de Rafi estaba dañada y la lesión era irreversible. Su pequeña y adorada hija de sólo seis años jamás volvería a andar. Dadas las circunstancias de la caída, había incluso tenido suerte al no quedar afectadas las extremidades superiores. Una pequeña esperanza en la difícil vida que empezaba en aquel mismo instante.
Tras una estancia obligada en Toledo, de vuelta a su ciudad natal, Rafi volvió a ver el patio de su casa. Estaba lleno de flores e inundado por una luz natural anaranjada propia de los atardeceres de su tierra.
Al día siguiente, el marcador estaba a cero. Una inesperada amiga, mucho mayor que ella, formaría parte de su rutina diaria, su psicóloga, Elisa. —Esto no es el final Rafi, al contrario, es el principio de un camino lleno de metas por conquistar. —La silla será tu compañera y encontraremos la forma en que nada ni nadie te detenga.
Los padres de Rafi descubrieron en su hija una fuente de aprendizaje e inspiración inimaginable. El optimismo e ilusión que Rafi desprendía, en parte gracias a la ayuda de su amiga Elisa, les ayudaba a aceptar su dura realidad: —Está con nosotros, está feliz y tiene nuevos objetivos con los que la vemos ilusionada. Tiene una nueva oportunidad de vivir y disfrutar. Acompañémosla, disfrutémosla, vivámosla.
Pasaron los años, y la sonrisa que siempre había asomado en el rostro de Rafi seguía brillando. Donde otros veían limitaciones, ella percibía oportunidades e incluso ventajas. Por supuesto, había momentos complicados, como cuando vio que no podía practicar deporte con sus amigos del colegio, pero rápidamente encontraba una solución. —Mamá, me han dicho que hay vóley para chicas en silla de ruedas, quiero apuntarme.
La madurez y alegría de Rafi no dejaban de sorprender.
Desde pequeña había mostrado un enorme interés en aprender y parecía que el terrible y desafortunado accidente no había dejado huella en su inocente alma.
Con doce años, mucho más madura que sus compañeros, empezó a pensar en sus estudios. Soñaba con ir a la UCO como lo habían hecho sus padres cuando estudiaron Derecho y ADE. Ella lo tenía claro, estudiaría el grado de Psicología.
A los catorce competía en torneos de vóley en silla de ruedas. Pero, no solo eso. Ante el estupor de sus padres, subía a Sierra Nevada ayudada por una asociación y bajaba por pistas negras con esquís adaptados. —Mamá, no entiendo por qué os sorprende lo que hago. Tengo que vivir como los demás, no voy a quedarme en casa llorando.
En verano, Rafi iba todos los días a la piscina con su familia, y a menudo también a la playa. —Qué feliz soy en el agua. Puedo moverme como un pez payaso, reía.
Segundo de bachillerato fue un curso relajado y tranquilo. A diferencia de muchos de sus compañeros, lo tenía todo decidido. Quería estudiar Psicología, quería ayudar a los que como ella vivieran encima de una silla de ruedas. Deseaba parecerse a Elisa, su gran amiga y confidente, que le había acompañado en su crecimiento, durante muchos años.
Quería apoyar a todos los que tuvieran un fuerte contratiempo en sus vidas: la pérdida de un ser querido, un accidente… Les ayudaría a deshacer los nudos que ahogaban sus existencias.
—Todos tenemos algo mamá. Debemos encontrar una razón poderosa para vivir, reír y disfrutar. La vida solo se vive una vez. Tenemos que superar lo que de malo existe porque la vida es única y hay que aprovecharla. Ninguno tenemos garantizado el día de mañana. Macarena miraba y admiraba a su hija. Qué lecciones habían recibido de ella. Deseaba vivir lo suficiente para ver dónde llegaría. ¡Era una gran mujer con un espíritu libre!
Y llegó el momento de ingresar en la UCO. Con una nota superior a la de corte entró en la Facultad.
El recelo y la aprensión de sus compañeros al verla en su silla de ruedas desapareció tras el primer día. Le bastó la primera jornada para organizar un grupo de WhatsApp con todos sus compañeros y organizar una fiesta el fin de semana. Se apuntaba a todo, y siempre la primera. No había barreras en su forma de vivir. Era divertida y animada.
Jugaba al mus, preparaba excursiones, organizaba viajes en verano. Siempre tenía tiempo y más ganas que nadie para cualquier actividad extrauniversitaria.
En los grupos de trabajo era concienzuda y trabajadora. La universidad le encantaba. —Mamá, no quiero dejar la universidad. Me chifla. Sueño con subir un día a la tarima. Ver a los alumnos, hablarles, contarles lo que les espera fuera. Estudiamos mucho, pero nos preparan para ser importantes en la vida de los demás. Decisivos. Podremos ayudarles a superar sus problemas.
Los cuatro años que pasó en la universidad fueron extraordinarios. Tenía grandes amigos, y los proyectos se acumulaban.
Tras un importante esfuerzo llegó el trabajo fin de grado y con él, el fin de carrera.
El salón de actos de la universidad se engalanaba para la entrega de diplomas. El Rector, las autoridades y los doctores asistentes fueron testigos de un homenaje y una distinción sincera a una alumna ilustre. Nadie fue tan aplaudido como Rafi al recoger su diploma en la graduación.
En cuatro años se había ganado el cariño y admiración de profesores y compañeros. Sentada en su silla, era la mejor de su promoción. Su premio extraordinario era sólo un honor académico, pero el emotivo aplauso de las personas que llenaban el salón era un reconocimiento mucho más difícil de alcanzar. Era la muestra del afecto, cariño y admiración ante una gran mujer. Había conquistado el corazón de todos los presentes.
En su futuro inmediato no había tregua. Varias oportunidades se abrían ante una mujer optimista, fuerte y con coraje. Cumpliría su sueño. Prolongaría los mejores años de su vida eligiendo la docencia en la misma universidad en la que se había hecho una mujer decidida y formada. Una gran profesional. El máster, la tesis doctoral…
Rafi seguía derribando barreras. Desde las aulas de la universidad proclamaría a sus alumnos que, desde cualquier posición y en cualquier circunstancia, la vida siempre merece ser vivida.
Y, como a lo largo de su vida, nada ni nadie podría detenerla.
Doctora en Derecho.
Licenciada en Periodismo
Diplomada en Criminología y Empresariales