- A Marta López-Domínguez García, una gran farmacéutica
El verano había sido uno de tantos, pero no para Marta. Estaba feliz tras cuatro años de duro estudio. Desde muy pequeña había querido ser farmacéutica. Y no porque lo fueran su abuela, su tía y su madre, sino porque lo era su prima mayor, que además era su madrina.
Marta tenía claro que quería trabajar en oficina de farmacia, pero tenía una asignatura pendiente, superar su enorme timidez.
Sus primeros pasos fueron en la farmacia de su madrina, bajo su sombra protectora. Su ilusión llenaba la farmacia y su vocación le permitía encontrar el mejor remedio para quienes entraban en busca de ayuda, consejo o recomendación: una loción para la caída del cabello, unas pastillas para inducir el sueño o una crema para las quemaduras solares.
Su espíritu crítico le llevaba siempre a preguntarse si los remedios más vendidos eran los más efectivos o si había mejores alternativas. Buscaba y revolvía en la literatura científica hasta encontrar una solución mejor. Este arrojo en lo profesional contrastaba con su carácter tímido en lo personal, que seguía persiguiéndola.
En poco tiempo, la pasión de Marta hizo que cada vez más gente del barrio acudiera a ella. La expresión de los que salían de la oficina de farmacia no se parecía ni por asomo al ademán o mueca que tenían al entrar. La farmacia crecía, y también Marta.
Entonces, llegó lo que nadie esperaba. Un cambio que afectó a la vida de todos, y especialmente a la de quienes trabajaban en farmacias. Un virus conocido como covid-19 auguraba una catástrofe sanitaria a nivel mundial, y la gente acudía a las farmacias en busca de ayuda.
—Marta, ¿qué clase de virus es? ¿Qué tenemos que tomar? Danos algo para estar a salvo, ¡por favor!
La población estaba cada vez más nerviosa y consultaba a Marta como si tuviera la solución a todos sus problemas.
Pronto, la situación empeoró y llegó el confinamiento dentro de un clima de miedo, angustia y desconocimiento. Solo los establecimientos esenciales podían y debían permanecer abiertos. Era la hora no buscada por el sector sanitario y el alimentario.
Marta, como otros muchos profesionales, ejercería un papel esencial y aprendería a gestionar su timidez atendiendo a cientos de personas que, a diario, acudían a ella en busca de respuestas y soluciones.
Meses más tarde, con la llegada de las vacunas, la vida parecía resurgir poco a poco en plazas y calles. Y en ese resurgir, Marta pudo por primera vez pensar en el tiempo vivido. Apenas habían pasado unos meses, pero la intensidad de lo experimentado hacía que parecieran años.
Atrás quedaba la niña tímida que se sonrojaba al hablar. Marta había encontrado su verdadera vocación. La botica, iluminada por su cruz verde brillaba con luz propia, pero Marta irradiaba con su escucha activa y su cercanía; inspiraba confianza y tranquilidad al que, preocupado, solicitaba una solución a su problema.
Ahora sabía lo que quería. Algún día podría ser titular de su propia farmacia. Seguiría trabajando hasta conseguirlo.
Doctora en Derecho.
Licenciada en Periodismo
Diplomada en Criminología y Empresariales