Cuando nos casamos ya asomaban las primeras canas en tu envidiable cabellera. Y poco tiempo después tu pelo se aclaró a gran velocidad. Muchos decían que tus canas reflejaban el peso del matrimonio después de haber permanecido tantos años soltero y sin compromiso.
Ese pelo cano te hizo más interesante todavía.
A la vuelta del verano ese pelo blanco brillaba como si del pelo de un ángel se tratara contrastando aún más con tu tez morena.
Pero nunca te había visto con barba. Siempre decías que era multicolor. Blanca, gris y rojiza. Lo más que hiciste fue dejar de afeitarte uno o dos días.
Durante los últimos meses una de mis labores de cuidadora era repasar el afeitado. El repaso fue el principio porque después era un afeitado en toda regla.
Y en las últimas semanas y durante un ingreso de cuatro días te dejaste barba y al volver a casa no quisiste volver a afeitarte.
Por fin tenías barba.
¡Qué impresionante!
No, no es que esté enamorada de ti. Guapo como siempre, pero si cabe más atractivo y más guapo que nunca. Objetivamente guapo e interesante hasta un extremo indecible. Cómo es posible que sigas siendo tan guapo.
Y ahora, imagino las miradas que has levantado en el paraíso. Estoy segura de que tu barba se ha convertido en un arma de seducción masiva. Seguro que has arrasado.
El día que volvamos a reencontrarnos espero volver a verte con barba, esa arma de seducción que me cautivó durante tus últimas semanas conmigo.
Doctora en Derecho.
Licenciada en Periodismo
Diplomada en Criminología y Empresariales