jueves, noviembre 6, 2025
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Abuelito, dime tú

Dieciocho vecinos formaban la comunidad de propietarios. La mayoría había comprado su piso cuando se construyó la casa veinte años atrás.

Jesús vivía solo desde que se quedó viudo hacía ya ocho años. Era un vecino discreto, amigable y silencioso de setenta y siete años.

Recuperó la alegría con la llegada de sus ‘vecinitos del piso de arriba’ a los que adoraba. Llenaron el enorme vacío que sufrió tras su viudedad, apoderándose de su corazón. Macarena, su madre, estaba separada.

Tenían ya ocho y nueve años. Les había enseñado a leer y los hipnotizaba al contarles cuentos e historias. Les tomaba la lección y se quedaba con ellos. Se arrastraba por el suelo jugando y los engatusaba. La única abuela de Ramiro y Eduardo residía en el extranjero, por lo que para ellos era una persona muy, muy especial.

Si estaba solo en casa y no tenía nada que hacer, encendía la televisión y entonces se intuían sus limitaciones de audición.

Aquel día veía una película. El ruido que salía de su casa era atronador y se imponía sobre el jaleo de las batallas entre galos y romanos que representaban Ramiro y Eduardo. Ramiro dijo: –Mamá, debe estar viendo una película de guerra. ¡Mira! Oye los gritos.  –Y luego, tú nos regañas cuando hablamos alto, repuso Eduardo.

Cuarenta minutos después, Macarena se intranquilizó. Tras los llamativos ruidos, llegó un silencio aún más ensordecedor. Intranquila, Macarena le llamó por teléfono, pero no lo cogía. –Es extraño. No suele salir, el ruido ha sido anormal… –Niños, me voy un momento. Portaos bien. Voy a ver si Jesús necesita algo. –Mamá, mamá ¿podemos ir contigo? –No, dijo Macarena, quedaos aquí y portaos bien. Me voy un minuto.

Al bajar pegó su oreja en la puerta. Le pareció oír unos gemidos. –Jesús ¿estás bien? ¿Necesitas ayuda? Soy Macarena.

Con un hilo apenas imperceptible respondió: –Me ha pegado. Me ha pegado. No me puedo levantar. Es terrible, terrible.

Jesús le había entregado una copia de la llave de su vivienda al año de conocerla: –¡Por si acaso! Confío en ti como si fueras la hija que nunca tuve. La suerte ha querido que viváis encima. Soy un hombre afortunado. Tus hijos y tú me habéis devuelto la alegría de vivir.

Tras pedirle permiso para entrar, abrió y le vio tirado en el suelo. Lo único que decía era: –Me ha pegado, me ha pegado. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y su cara ensangrentada. Más llamativo que la sangre era su mirada triste, afligida y angustiosa.

–Pero ¿qué te ha pasado? ¿Te has caído? Apenas podía hablar. Macarena, asustada, llamó al 112. En menos de diez minutos, una ambulancia le recogería. Insistió en acompañarle. Antes, dejó a sus hijos con otra vecina. Intentaría localizar al hijo de Jesús para contarle lo sucedido, o lo poco que ella sabía.

En urgencias le detectaron una conmoción cerebral de pronóstico reservado, varias costillas rotas y una herida sangrante en la cabeza que curaría en unos días. Le ingresaron en planta.

A las 11 de la mañana del día siguiente, un hombre de cuarenta y nueve años se identificó en el control de enfermería como el hijo de Jesús. Con tono airado y despectivo preguntó: –¿Cómo está mi padre? ¿Qué saben? ¿Quién y por qué le pegó? ¿Por qué no me avisaron de inmediato?

Una enfermera le invitó a tranquilizarse. –Su padre, le dijo, ocupa la cama izquierda, y añadió: –Le ruego, no le despierte. La otra cama también está ocupada, y un familiar le acompaña. Si quiere entrar debe cumplir las normas del hospital.

Nervioso y con el ceño fruncido se fue a la habitación balbuceando palabras malsonantes. Decía que no cabía en sí ante tanta inoperancia.

Unos minutos después fue detenido por la policía. Él, el único hijo de Jesús había sido el autor de la cruel paliza. Lo confesó su doliente padre en una breve conversación con el médico, quien alertó de inmediato a las autoridades. La policía indagó con sus vecinos. Uno de ellos había visto salir a su hijo minutos antes de ser atendido por Macarena.

Los ruidos oídos por los niños no procedían solo de la televisión. Habían sido reales. Eran los gritos de Jesús, los golpes y las voces de la película.

Después de su paso por comisaría tendría que cumplir la orden de alejamiento a la espera de un juicio para ingresar en prisión. El daño físico a su padre se restablecería pronto, pero el afectivo quedaría impreso en su corazón para siempre.

Cuando Jesús regresó a su casa roto de dolor le aguardaba una sorpresa. Sus ‘vecinitos’ le recibían con una inmensa cartulina que decía: ‘No tenemos abuelo. Abuelito, dinos tú: ¿nos dejas adoptarte?’

Doctora en Derecho.

Licenciada en Periodismo

Diplomada en Criminología y Empresariales

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4 COMENTARIOS

  1. Un relato muy apropiado, real como la vida misma. Mentalmente lo ubico en un pueblo pequeño o un barrio, los pocos lugares donde aún el trato entre las personas permanece.

    • Muchísimas gracias. Por desgracia los malos tratos de hijos a padres siguen en aumento en nuestra sociedad. Es la realidad que nos toca vivir. Es importante destacarlo para ser consciente de lo que vivimos. Un abrazo virtual. Paloma

    • Muchísimas gracias María
      Agradezco mucho sus palabras. Me anima a seguir escribiendo. Saludos muy cordiales. Paloma

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