Saqué el tren a 6 millas de la pista, más o menos como siempre, la espesura de la niebla esa noche era como ir volando dentro de un puré de patatas, mil pies de altura y el avión estaba ya configurado para aterrizar. Ese aeropuerto, aunque muy moderno no permitía el aterrizaje automático, así que a 200 pies tenía que ver la pista para aterrizar manualmente. Esos segundos entre los mil pies y la altura de decisión visual se hacen bastante largos y eso que el tiempo con los ojos cerrados suele parecer más corto. La cuestión es que esa noche pasaba algo más que el tiempo a ciegas. Un poco antes de llegar a la altura mínima salimos del puré, la noche, por debajo de la niebla era bastante despejada, pero mis sentidos no entendían la información que percibían mis ojos: delante de ellos no había ninguna pista donde aterrizar.
En los pocos segundos de que disponía toda mi mente hizo un barrido de mis instrumentos, todo estaba en orden, todo era correcto, el piloto automático y todos sus chequeos no habían detectado nada anormal. Pero delante del avión y de mis ojos no había donde aterrizar, no había pista, no quedaba más tiempo para pensar, un suelo oscuro y difícil de identificar se acercaba deprisa, así que avancé los motores y volví a elevarme. Todos los protocolos necesarios cumplidos y el avión ascendía rápidamente otra vez dentro de la espesura de nubes. A unos 2.000 metros salimos a un cielo lleno de estrellas. Nos fue imposible comunicar con ningún control, mi copiloto perdió el rostro que lo identificaba y mi sobrecargo no contestaba a mis llamadas, no tenía ni idea de quién estaba volando conmigo, de hecho, creo que el copiloto se convirtió en un ordenador más de mi máquina y detrás en la cabina de pasajeros no había nadie. Volaba sólo y el aeropuerto de destino había desaparecido, como sueño no estaba mal, pero yo podía jurar que estaba bien despierto y vivo.
Sólo quedaba proceder al aeropuerto alternativo, esto, en general, está mal visto, pero siempre es obligatorio volar con un aeropuerto alternativo. Geográficamente sabía perfectamente dónde estaba, pero nada cuadraba con mis sensaciones. Los montes no estaban donde deberían estar, el mar tampoco, su costa no era la que debiera ser y las frecuencias de mi alternativo no se recibían. La cosa podía tener hasta gracia, aventura, desafío, pero no la tenía, el miedo tomaba demasiado protagonismo, mi sensación de perdido era demasiado alta para poder verle algo excitante a la situación, a esto se sumaba un pequeño detalle: tenía combustible para volar unos 30 minutos más y no conseguía situarme en que podría haber 150 millas a mi alrededor en donde poder poner los huesos de mi avión sin rompérnoslos demasiado.
Puse rumbo Norte hacia una zona que me parecía más familiar, quizás siempre que nos sentimos perdidos hacemos lo mismo, básico instinto animal, aunque en ese momento el animal al que me parecía era a un toro herido de muerte en busca de los toriles. A mi derecha empezaban a apuntar unas ligeras luces que adelantaban el futuro orto, pero no tenía ojos más que para los indicadores de combustible. No acababa de creerme lo que estaba sucediendo, todas mis llamadas en la frecuencia de emergencia se perdían en el desierto, sin idea de oasis y empezando a pensar que mi camello y yo no veríamos ese nuevo día que apuntaba.
Ese tiempo, tan rápido y tan lento, tan vacío y tan lleno, es sin duda el continente de toda la vida comprimida, hay tanta vida o más en el vacío de mis tanques ya gastados, que en los pocos litros de queroseno que me quedaban, pero tiempo de vida sólo eran los pocos minutos del combustible que quedaba, el tanque vacío era sinónimo de vida vivida o de acercamiento a la muerte, que ambas cosas vienen a ser lo mismo.
Yo, la verdad, no pensaba tanto, la adrenalina me concentraba en la acción, pero la parte de mí a la que no llegaba la droga sólo barajaba el final: ya está, todo estaba a punto de terminarse, este cacharro con los motores parados se haría trizas contra cualquier loma del camino.
En esas estaba, más allá que en la maniobra, cuando apareció a mi izquierda un precioso avión volando a mi lado, nunca había visto ese modelo y he visto muchos, precioso, con un diseño curioso y un par de depósitos bajo las alas muy interesantes, en su costado derecho ponía, OASIS INT. De todas las reacciones que me vinieron, sobresalían el estupor y la incredulidad. Me adelantó ligeramente, colocándose delante y sobre mí. Yo la verdad no sabía qué hacer; dejé el avión manteniendo altura y rumbo y reduje ligeramente la velocidad, en eso, de cada uno de sus enormes bultos subalares, salieron sendas mangueras que juraría que eran de esas para repostaje en vuelo de aviones militares con sus pequeños conos estabilizadores y todo, aún en esa situación, mi parte de animal sexual, viva hasta en las emergencias, no pudo evitar ver la similitud de la escena con unos grandes pechos intentando amamantarme. Juraría que proponía repostarme en vuelo, magnifica intención sino fuera porque mi avión no disponía del dispositivo para enchufar esas mangueras. Al fin una voz entró por mi radio, dulce, tranquila, segura:
– No temas, crees que no estas diseñado para repostar en vuelo, pero no es así.
– Puedo asegurarte que este avión no está preparado para eso, hace más de 20 años que vuelo este modelo y estoy seguro.
– Ese avión no es sólo tu vehículo, es parte de ti y aunque por sí mismo tiene muchas limitaciones, como tú, junto contigo puede que tengáis menos.
– No te entiendo, ¿qué puedo cambiar yo para que mis tanques reciban tu combustible?
– No tienes que hacer nada, sólo dejarte convencer, aceptar lo que eres.
– Y, ¿qué soy?
– Un nómada.
– ¿Nómada? ¿Quién lo dice?
– Tu.
– ¿Yo?
– Bueno lo dice tu vida.
– Y ¿quién decidió que yo era un nómada?
– Pues la verdad, no lo sé, creo que hay algunas personas que deciden eso como tipo de vida, otras que la vida los convierte en nómadas y otras que son fruto de una combinación de ambas cosas, pero eso no importa ahora.
– A mí me importa, yo no estoy seguro de querer ser un nómada.
– Aceptar lo que es sin analizar tanto sobre cómo llegó a serlo, es un principio básico de la felicidad. Además hay algo evidente, tú eres un nómada, sino yo no estaría aquí. Sólo me mandan a misiones posibles. Así que no tengo ninguna duda de que puedes repostar tus depósitos en pleno vuelo. Tú eres el único que dudas.
– Yo no dudo, sólo soy práctico, soy un técnico y aplico mis conocimientos.
– Pero nada de eso consigue explicar lo que está pasándote, entonces al menos tendrás que dudar de tus conocimientos.
– Esto que sucede parece de otra dimensión, no parece real.
– Si Da Vinci subiera a este avión le parecería estar en otra dimensión, él sólo sospechaba que podría hacerse, pero ni cómo ni cuándo.
– ¿Y qué tiene eso que ver con que yo sea un nómada?
– Leonardo también lo era.
– Me han dicho de todo, pero que tengo algo en común con Da Vinci es difícil de creer.
– No mucho por ahora, pero coincidís en la primera condición, sin ella poco diferente es posible.
– ¿Y qué es eso?
– Ambos cuestionáis continuamente vuestros conocimientos.
– Yo más que cuestionar nada, muchas veces lo que me cuesta es encontrar algo en que creer, algo o alguien absolutamente cierto.
– Es más o menos lo mismo.
– ¿El qué?
– Cuestionarlo todo y dudar de todo.
– ¿Y a dónde lleva todo eso?
– A la generación de lo nuevo, a la creación.
– Disculpa, no me sobra ni un minuto, las luces de “Low fuel” se acaban de encender, no tengo ni 15 minutos de autonomía. Estoy en un avión de 350 plazas y 14 tripulantes y nadie me escucha o no me entienden o sencillamente no hay nadie. Al menos no imagino un sentimiento mayor de soledad.
– La vida está llena de esos sentimientos de soledad, especialmente para los que luchan contra la inevitable naturalidad nómada.
– ¿Quieres decir que lo natural es ser nómada?
– Claro.
– ¿Y cómo luchan las personas contra la naturaleza nómada?
– Pues precisamente negando toda la levedad de su existencia, intentando darle una transcendencia enorme a todos los eventos de su vida, intentando la eterna estabilidad, algo así como intentar que un cocodrilo vuele, o lo que sería más apropiado al tema, como intentar que el viento no se mueva, intentar que la vida, llena de límites en su diseño, sea una vida ilimitada.
– En serio, para ya, sin combustible soy todo límites, tengo que pensar qué hacer.
– Siempre tienes más tiempo del que crees, o dicho de otra manera, sino atraviesas el tiempo, parece mucho más largo, de hecho, has comprado ya algo de tiempo, a veces es sólo cuestión de actitud. Tiempo o combustible.
Si ya todo me parecía una locura insuperable, se superó al ver mis luces de bajo combustible apagadas y cada tanque marcando unos 2000 kilos cada uno. Volvía a no entender nada, pero el caso es que de pronto, podía volar más de una hora.
– Te dije que no estabais tan limitados, tu duda hizo posible lo imposible. Ahora tienes más tiempo y de ti sólo depende cómo usarlo.
Cuando soñamos y nuestros sueños llegan a cumplirse, es cuando comprendemos la importancia de la imaginación y nos damos cuenta de la pobreza de la realidad, de nuestras vidas.
Al abrir los ojos y percatarme de que todo había sido un sueño, me di cuenta de lo importante que es enfrentar la realidad de la vida, que solo puede hacerse con coraje, aunque tengamos miedo.
Tomás Cano Pascual
Asesor de líneas aéreas
Delegado para Europa de Air Panama
Fundador de Air Europa