Lo peor que llevo de ser guitarrista, es la necesidad de cambiar las cuerdas con bastante regularidad y frecuencia. Es un «consumible» que requiere una inversión considerable y constante. Además, el acto en sí me aburre cada vez más, dándome la sensación de estar perdiendo el tiempo entre nudos y tirones. Y por supuesto, lo peor que te puede pasar es, que en medio de ese «quilombo», se te rompa una uña.
Posteriormente, al comprobar que el instrumento pareciera que resucitara cuando escucho el «sonidazo» de las nuevas cuerdas, se me dibuja una sonrisa socarrona, dando por bien empleado el rato de sacrificio.