Había sido educada en los mejores colegios de Suiza e Inglaterra. Sus padres se habían volcado para darle una formación exquisita y refinada. Hablaba correctamente cinco idiomas. Una mujer cultivada y encantadora regresaba a su país tras pasar doce años en el extranjero. En su ciudad natal se relacionó con la élite y lo más granado de la sociedad. Enseguida contó con un plantel abundante de pretendientes para elegir.
Quedó cautivada con la personalidad de Rodrigo. Era un hombre culto, inteligente, muy educado y la mimaba continuamente. Todos los detalles eran pocos, una insignificancia para lo que ella merecía. Sus padres estaban encantados. Su hija, su única hija, se sentía afortunada. Era inmensamente feliz.
Su madre solo le veía un defecto: era muy celoso. Su padre lo justificaba. Su estado de alerta la provocaba su propia hija. Su valía era tan elevada que era lógico que Rodrigo quisiera impedir que otro hombre se interpusiera entre ellos.
Contrajeron matrimonio dos años después. Durante el viaje de novios, Macarena sufrió por los celos de su ya marido. En una ocasión mientras mandaba un mensaje, Rodrigo montó en cólera: —¿Qué haces? Ya te has aburrido de mí. —Perdona, estaba contestando a un mensaje. Cómo voy a cansarme de ti. Todo lo contrario, estoy feliz de tenerte todo el tiempo para mí. Macarena tuvo que darle más besos de los habituales para que se aplacara su ira.
Antes de finalizar el idealizado viaje otro episodio desagradable lo ensombreció. En la exclusiva playa de Crane, Barbados, mientras él se bañaba se acercó un camarero a la tumbona donde ella tomaba el sol. Casi inmediatamente Rodrigo salió del agua encendido. Parecía que se había tropezado con el mismísimo diablo. La bronca fue monumental. Ella se justificaba: —Solo se acercó porque le pedí una cerveza. Quizá hubiera tenido que esperar, pero no sabía el tiempo que ibas a tardar en salir. Nunca pensé que pudiera molestarte. Pese a las insistentes y reiteradas disculpas, el rictus de enojo y amargura no desaparecieron de su cara en el resto de la jornada. Al día siguiente terminaba su luna de miel. No era la mejor manera de terminar un viaje de novios. Macarena habló con él, le rogó que la perdonase, le suplicó que no se enfadara. No había pasado nada. Lo único que le dijo fue: —No quiero que hables con otros, si no te basto yo, dímelo y en paz.
Al volver a su casa todo pareció volver a la normalidad. Macarena se propuso olvidar los pequeños encontronazos. Prefirió no darle importancia. Seguro que a su lado se sosegaría y templaría su carácter. Tenían que ser felices. Su experiencia durante años fuera de casa la habían hecho valorar por encima de cualquier otra cosa una convivencia pacífica con las personas que quería. Estaba dispuesta a lo que fuera con tal de lograr la tan ansiada armonía e intimidad física, afectiva y espiritual con su marido.
La velada nocturna había sido fantástica. Se habían reunido cinco matrimonios amigos y lo pasaron fenomenal. Bailaron después de cenar hasta altas horas de la madrugada. Al subir al coche de vuelta a casa, Rodrigo estalló. Gritó como un energúmeno: —¿Por qué te has comportado así? ¿Qué te has creído? ¿Tú crees que puedes dejarme en ridículo delante de mis amigos? Macarena no entendía que había hecho mal. Estuvo contenta y bailó con todos. Habían saltado, bromeado y reído. Ella volvía a casa encantada por la divertida reunión.
Abrió la puerta y dentro de su dormitorio Rodrigo pareció enloquecer. Tras la guerra, llegó la calma e hicieron el amor como si nada hubiera sucedido. Macarena le deseó felices sueños, pero no pudo dormir. Su cabeza giraba y repetía sin cesar todo lo sucedido: ‘Como era posible que me hubiera levantado la mano. No solo me la ha levantado, me acaba de dar una bofetada, me ha tirado de los pelos, me ha tirado al suelo y me ha dado una patada’. Tras estar llorando durante dos horas, Macarena pensó que quizás había tenido ella la culpa. Se dijo: —Nunca debí decirle lo bien que lo pasé bailando. Nunca debí darle celos. Y, prosiguió con sus pensamientos inundados en lágrimas: —Él, ya me lo advirtió, no sabe reaccionar cuando me ve con otros hombres. Pobre. Ha sido una torpeza por mi parte. Debo esforzarme, debo aprender a satisfacerle en sus gustos y necesidades. Poco a poco se fue tranquilizando. Ya de madrugada el sueño la invadió y se quedó dormida.
Al día siguiente, Rodrigo volvió a sorprenderla. Llegó con una cajita muy pequeña. Lo que había dentro era para su mujer. Al abrirlo vio una sortija de brillantes. Se la puso en su dedo anular de la mano izquierda. Pero, a Macarena le gustó más todavía la nota que la acompañaba. ‘No debemos enfadarnos mi amor. Te quiero con locura. Tu enamorado marido que se rinde a tus pies. Rodrigo’
Después del terrible episodio, volvió a ser el hombre del que Macarena se había enamorado. Le envió una inmensa cesta de flores silvestres con una nota en la que volvía a pedirle perdón. Le confesaba el inmenso amor que le tenía. Reconocía que Macarena y solo ella era lo mejor que le había sucedido en su vida. Ella recuperó la placidez de su vida.
Ocho meses después, la prueba del embarazo dio un rotundo positivo.
Macarena se sentía bien, pero Rodrigo insistió en que guardara reposo. Consiguió que un amigo le firmara un justificante médico. De esta forma sustituyó la oficina física por el teletrabajo. Y, repetía: —Pero, yo quiero salir. Me gusta ver a la gente, a mis padres, a nuestros amigos, a mis compañeros de trabajo. Sin embargo, la respuesta era siempre la misma: —Debes cuidarte, lo importante es que el embarazo vaya bien. Es mejor para ti, para nuestro bebé y para mí.
La madre de Macarena acudía a casa de su hija cada vez que quería verla.
Y llegó el momento del parto. Acudieron al hospital y su marido prohibió las visitas tras el nacimiento. Solo los padres de Macarena pudieron verla.
A la semana de regresar del hospital, cuando Rodrigo volvió a su casa tras el trabajo encontró a una radiante Macarena rodeada de tres matrimonios amigos.
Cuando, por fin, les dejaron solos su marido reaccionó otra vez de forma extremadamente violenta. Tiró todos los adornos que había sobre la mesa del cuarto de estar y después le dio a Macarena un empujón. Tuvo suerte al caer en el sofá. Entre lágrimas, le preguntó: —¿Qué hice mal? ¿Has tenido un mal día en la oficina? Volvió a empujarla con agresividad y se marchó dando un fuerte portazo.
Al día siguiente, cuando Rodrigo volvió de la oficina encontró a Macarena con su madre. Ella, se levantó de inmediato y saludó a su marido efusivamente. Él estuvo cordial, amable y encantador. Tras la marcha de su suegra se disculpó, le pidió a Macarena que no tuviera en cuenta lo que había sucedido el día anterior. Era muy feliz a su lado. Además, le había dado un hijo y una hija: —Nuestros mellizos y nosotros formamos una extraordinaria familia, aseguró.
Transcurridos los meses de baja maternal, Macarena quiso volver a trabajar. Su marido manifestó sus grandes reticencias: —¿Qué necesidad tienes de trabajar y madrugar? Gano mucho más de lo que necesitamos para vivir. Puedes disfrutar de nuestros hijos mientras sean pequeños. Además, cuando yo vuelva del trabajo puedes dedicarte a mí con más ganas porque estarás menos cansada.
Macarena pensó: —La verdad es que he trabajado poco tiempo. Y, él gana más dinero que yo. Quizá tenga razón. Espacialmente, su vida se reducía a las paredes de su gran casa. Sus relaciones afectivas se limitaban a sus hijos y marido. Y, ahí se acababa su vida de relación.
Su autoestima menguaba de forma significativa. El irregular e inquieto sueño se trasladó a su cara. Las ojeras eran cada vez más visibles.
En una visita de su madre le contó que no dormía, que estaba cansada. Su madre repuso: —Hija, eso es normal. A todas las mujeres se les rompe el sueño cuando tienen un hijo. Mucho más dos bebés de golpe. —No sirvo para esto mamá. Valgo para pocas cosas, y rompió a llorar. —No llores hija. Lo que pasa es que estás agotada. —Estoy ansiosa, añadió. —Son unos meses muy complicados. —Tranquila, contestó, tú puedes con esto y con mucho más. Deberías incorporarte a tu trabajo. Vales mucho. Salir de casa, relacionarte con otras personas te ayudará. —No, mamá, no volveré a trabajar. —Pero ¿qué estás diciendo?, inquirió. La conversación fue cortada de raíz cuando Macarena vio aparecer a su marido. La tirantez de su rostro se hizo manifiesta. El silencio se apoderó de la estancia. Rodrigo sonrío a su suegra, y exclamó: —Vosotras seguid a lo vuestro. Venía a ver a estos maravillosos mellizos.
Cuando la madre de Macarena salió de su casa cayó en la cuenta. Había minimizado el cansancio, el estrés y la falta de autoestima de su hija. Y, ahora, empezó a comprender algo de lo que podía estar pasando.
Llegó a su casa acelerada. Tenía que contarle a su marido las terribles sospechas que albergaba. Al pronunciar sus pensamientos en voz alta, todas las piezas encajaban y dejaban a la vista la cruda realidad. Su baja autoestima, el estrés, sus sentimientos de culpa, sus dificultades para dormir, la cara de Rodrigo al entrar y su inmediato disimulo cuando la vio a ella.
Al principio, su marido la escuchaba sorprendido dejando paso a un semblante serio y preocupado.
Como si se tratara de una revelación cayó en la cuenta de porqué le dolió la espalda en aquella ocasión, de su tristeza, de sus sobresaltos… —Todo encaja a la perfección. Además, era un hombre enormemente celoso, insistió.
Cuando pudo intervenir su marido afirmó: —Si es verdad lo que cuentas, hay que sacarla de su casa de inmediato. Y añadió con enorme pesadumbre: —Pobre Macarena. Inmersa en esa situación que figuras no podrá ver ni comprender el calvario que atraviesa.
—¡Ya está!, gritó su mujer. —Adelantaremos el verano. Debemos llevarla a nuestra casa. Allí, podremos ampararla, procurarle una mayor seguridad en sí misma. Debe ser consciente de su valía y de su fuerza. Se ha roto internamente. Con ayuda se sobrepondrá.
Dos días antes del comienzo del mes de mayo habían ido a su casa a ver a su hija, a Rodrigo y a sus mellizos. La llegada del buen tiempo los había animado a adelantar sus vacaciones. Su madre exclamó: —Ven con nosotros hija. Te repondrás físicamente. Lo necesitas. Él declinó la invitación. —Muchas gracias, pero Macarena está aquí muy bien. La piscina estará preparada cuando ella quiera. El padre de Macarena intercedió con voz seria: —No me cabe duda Rodrigo de que tus deseos son los mejores para tu mujer y tus hijos. Y, lo mejor, parece que es que Macarena descanse y se reponga. Rodrigo aceptó ante su suegro. Había perdido la batalla. En agosto se reencontrarían todos en el sur.
El primer día de mayo, los padres recogieron a Macarena y a sus dos mellizos para trasladarse a su casa de Sotogrande. Habían preparado un plan minucioso para que su hija contara con la ayuda diaria de una terapeuta. Ahora ejecutarían todo su plan.
El trabajo hecho durante las semanas siguientes permitió que Macarena pudiese ver la telaraña engañosa en la que estaba atrapada. Fue consciente de cómo un hombre había aniquilado su personalidad. Se había convertido en una mujer sumisa, un objeto a su servicio, la víctima sobre la que su marido descargaba sus frustraciones.
De forma infame las ofensas que había sufrido fueron revestidas como actos de justicia. Había aprendido a no defenderse y a negar la realidad que sufría.
Después, y poco a poco empezó la lucha por recuperar su verdadero yo. Cuando su marido la llamaba aprendió a poner otra cara y decirle lo que debía. Cuando vio con claridad el infierno de su existencia afrontó con valentía y coraje su destino. Sin esperar a su regreso, se separó de él.
No renunciaría a sus metas vitales: su vida interior, su trabajo, sus viejos y nuevos amigos, su actitud positiva ante la vida.
El futuro era prometedor. Había sufrido una durísima lección, pero era fuerte y valiente. Tenía, además, dos importantes razones para luchar, para empezar una nueva vida.
Doctora en Derecho.
Licenciada en Periodismo
Diplomada en Criminología y Empresariales