domingo, septiembre 8, 2024
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Cara de ángel

Su cara no engañaba a nadie ni siquiera de recién nacida. Sus padres la llamaron Ángela. Respondía a su angelical rostro.

Era dulce y entregada desde muy pequeña. Caritativa y sacrificada. Sentía predilección por las personas mayores. Le parecían débiles, necesitadas de un inmenso cariño y atención constante.

Con sus iguales era retraída, tímida y apocada. No se desenvolvía ni congeniaba con gente de su quinta.

Sus padres tuvieron la desgracia de morir sexagenarios y sin causa aparente. No supieron nunca la enorme labor que su hija desarrollaría con los cuidados y atenciones que prodigaba a aquellos que gran parte de la sociedad arrinconaba y consideraba inútiles.

Ella iba al fondo de sus almas. Algo diferente y especial. Se entregaba a ellos sin reservas. Alma, vida y corazón ponía en sus cuidados.

Su lema era: ‘Velar, mimar y escuchar’. No se cansaba de oír de forma repetitiva las historias que reiteraban una y otra vez. Su trabajo desbordó los límites estrictamente profesionales llegando a constituir su forma de vida.

Todos ‘sus ancianitos’ tenían la sonrisa en los labios. Con esfuerzo y denuedo se entregaba a ellos. Los mantenía alegres, felices, limpios e impolutos.

Cuando uno a uno les iba llegando el fin de su vida eran reemplazados por los siguientes. Tenía una larga lista de espera. Todos los viejecitos ansiaban sus cuidados.

Su experiencia asistencial era extensa: una mujer de 92 años que murió cuatro meses después de cuidarla y pese a sus extraordinarias atenciones. Un hombre de 87 años que murió a los cinco meses tras una penosa enfermedad. Un matrimonio de 83 que murieron de forma encadenada primero ella y después él, gozando de buena salud conforme a su edad.

A la muerte de cada uno de sus ancianos a Ángela le dolía el alma. Se había entregado a ellos como si se tratase de las personas que le hubieran dado a ella la vida. Su entrega era encomiable. Sus delicadas atenciones, difíciles de explicar. Siempre tenía una sonrisa en los labios. Todos ‘sus viejecitos’ la adoraban.

A Marina le habían hablado tan bien de Ángela que decidió ponerle en sus manos a su queridísima madre. Había intentado cuidarla ella personalmente. Sin embargo, las guardias que tenía que cubrir en su farmacia le impedían hacerlo.

Un día que Ángela no se encontraba con la madre de Marina, ésta le dijo: – Hija, sospecho algo de Ángela. No quiero que pienses que soy una vieja chocha. Yo creo que esta chica que me cuida, que es muy cariñosa, pretende acabar conmigo. —¿Qué dices mamá? ¿Quién te ha contado semejante cosa? ¿Estás bien? ¿Por qué dices eso?

Marina no podía creer lo que decía. Sus informes eran extraordinarios. Hasta llegó a pensar que su madre estaba empezando a perder la cabeza. Pero su madre insistía. —Parece mentira Marina qué dudes de lo que te digo. El otro día me suplicó que tomará la medicina disuelta en agua. Le pedí un abanico y la vi detrás de la puerta espiándome. Pero soy vieja y fui paciente. Solo cuando se fue a buscar el abanico lo tiré. Estuvo preguntándome después si todavía no tenía sueño, si sentía mareos…

Dudó. Su madre no había mentido nunca. Su padre siempre decía que era una mujer sufrida, dulce y muy intuitiva. Tras recordar a su padre y haciéndole un guiño al cielo, decidió instalar cámaras en la casa.

Y, fue entonces, cuando comprobó que Ángela bajo la apariencia de un cándido ángel, escondía un auténtico diablo. Vio cómo planificaba distintos procedimientos. Su madre estaba advertida y ayudó en la trampa tendida para saber lo que había detrás de esta mujer.

Todo coincidía de pronto. Una larguísima lista de ancianos fallecidos casi inmediatamente después de empezar a cuidarlos. Incluso sospechó de sus jóvenes padres sin una causa clara de muerte. Reunió todas las pruebas y acudió a la policía.

El ángel cayó con su detención policial. Pasaría una larga temporada a la sombra tras su interrogatorio y la demostración de haber cometido numerosos asesinatos.

En su declaración señaló que el poder que ejercía sobre sus vidas le hacía sentirse superior. Experimentaba un placer inigualable. Saboreaba con deleite la prerrogativa de disponer sobre la vida y la muerte de ancianos y enfermos. Una licencia única. Ella y, solo ella, decidía el cómo, cuándo y dónde se encontrarían con la muerte. Era una diosa.

Doctora en Derecho.

Licenciada en Periodismo

Diplomada en Criminología y Empresariales

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