No hay forma de derribarlo. Hacía muchos años que no sufría tanto en un partido de fútbol, como el otro día con el Manchester City en Old Trafford. Sentí a mi Real Madrid aguantar más puñetazos que Rocky y en las cuatro primeras películas de la saga, todas juntas. Pero los encajó todos. Y, como en los guiones de las películas, empezaba fuerte y golpeando primero para luego verse contra la lona recibiendo más leña que la que hay en la chimenea del infierno.
Los penaltis del final fueron como en las películas también. Cuando ya parecía que Rocky acabaría en el hospital, se levantaba y a golpe de coraje y, de esta manera, acabó con las carreras de Apollo Creed, Mr. T o el ruso Iván Drago; como el miércoles acabó con la de Haaland, que no vio balón en la eliminatoria gracias a los marcajes de Rüdiger y Nacho.
Y, hoy, ha sentenciado La Liga frente al eterno rival, el Fútbol Club Barcelona, en el Bernabéu. Que también golpeó duro en la cara de los madridistas, pero que acabaron besando la lona en la secuencia final. El Madrid, como Rocky, tira de casta, de creer en la victoria, de no dar nada por perdido y de reponerse; al final, para acabar victorioso. Soy consciente de que no mereció la victoria en ninguno de los dos partidos que he mencionado, pero sí de que para ganarle al Madrid hay que tener algo que no puede comprar el desmedido dinero árabe ni las palancas: la fe en la victoria. Vaya, como Rocky.