Enfrascado como estoy estos días en ciertos asuntos de carácter artístico, además del descrédito que he acabado por otorgarle a la prensa, la dimisión del primer ministro inglés Boris Johnson, me ha cogido por sorpresa, hasta el punto de haber creído que se trataba de una de esas fake news tan frecuentes en la prensa mundial en estos tiempos tan aciagos en materia de política internacional.
Nadie como Winston Churchill ha sabido encajar como ningún otro la figura del político inglés que aún empapado en alcohol era capaz de hacer enrojecer al grueso del parlamento de su país por su agilidad mental y política, amén de la entrega incondicional prestada a su país durante la segunda guerra mundial. Ni siquiera el presidente de Rusia entre los años 1991 y 1999, Boris Yeltsin, pudo arrebatarle a Churchill la frescura de sus ocurrentes discursos durante el cenit de su carrera como primer ministro. El ridículo del ruso rayaba por entonces el esperpento más aparatoso que se conoce en la categoría política mundial.
Lo que me parece digno de admirar aunque si bien un poco tarde, es la dimisión presentada por Johnson por lo que en principio pudo parecer simplemente una travesura en función de su cargo y a puerta cerrada. Ello, sin embargo, se paga muy caro en democracias como la inglesa donde no se perdonan este tipo de arbitrariedades por muy primer ministro que seas. El ejemplo debería cundir también aquí en España, pero el problema radica en la cantidad de dimisiones que por las mismas o parecidas razones habrían de producirse entre la sinvergüenza clase política.
Johnson no sólo será recordado por el ridículo llevado a cabo en tantas ocasiones bajo los efectos del alcohol sino por haber sido uno de los artífices del llamado Brexit por el que el Reino Unido abandonaba con carácter de urgencia su pertenencia a la Unión Europea con todo lo que ello ha significado para el mercado anglosajón.
Aquí, en nuestra querida España, también disponemos de alguien que puede asumir el liderazgo de gran bebedor político a nivel nacional y que ocasionalmente también se ve envuelto en los vapores del alcohol consumido y que le juega las malas pasadas que muchos de nosotros ya conocemos y no toleramos, lo que le ha llevado a situaciones del todo criticables por la llamada opinión pública. Me refiero a la petulante y desequilibrante figura de Miguel Ángel Rodríguez, más conocido por el pseudónimo de MAR y cuya función es, nada más ni nada menos, que la de asesor de la tan cuestionada presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.
El problema seguirá siendo que aún queda demasiado alcohol para todos.
zoilolobo@gmail.com
Licenciado en Historia del Arte y Bellas Artes
