Tras el periodo de la dictadura, después de la Guerra Civil, esa que quieren reinterpretar en la nueva asignatura de Historia, España vivió un largo periodo en el que las libertades se vieron restringidas y reprimidas duramente. Durante cuarenta años dimos la espalda a Europa y al mundo y los partidos políticos estuvieron hibernando hasta que llegó la transición, ejemplo y modelo en todo el mundo de convivencia, aunque a algunos le salen ronchas con esta afirmación.
Durante ese periodo de transición de la dictadura a la democracia, la mayoría de nuestros políticos se convirtieron en verdaderos estadistas, es un hecho constatado que el periodo de mayor desarrollo económico y donde se recuperaron los derechos civiles han sido las tres primeras décadas de la democracia, todo ello bajo el amparo de La Constitución de 1978.
Se han superado situaciones ciertamente complicadas; el golpe de Estado del 23-F, los asesinos de ETA, ataques yihadistas, algunas crisis económicas muy importantes y la corrupción en los partidos que han llevado las riendas del país. Más próximo está el golpe de los independentistas catalanes y la pandemia, pero no menos difíciles de capear.
En la última década ha llegado el desembarco de los partidos populistas, todos ellos encabezados por un líder que pretende convertirse en el salvador del país. Alguien al que le importa poco desestabilizar los cimientos del Estado de Derecho y de las Libertades Constitucionales que fueron aprobadas por abrumadora mayoría por el pueblo español, de norte a sur y de este a oeste.
El populismo se identifica normalmente con la demagogia, populistas de izquierdas y derechas se adentran en terrenos cenagosos con el único fin de convertirse en líderes carismáticos de una ideología y un modelo de comportamiento que convierte a los votantes en seguidores incondicionales de unas ideas en muchos casos utópicas.
Los populistas utilizan su mensaje articulando su discurso en una serie de demandas insatisfechas de la ciudadanía, identificando a una elite poderosa que se opone a los deseos del pueblo. El rechazo a los políticos y la desconfianza en las instituciones con mensajes simples, capaces de llegar a todos hace que su mensaje llegue a todos, aunque la población ignore que el objetivo del líder populista es ocupar ese lugar que tanto critica.
En fin, el populista es un líder personalista capaz de movilizar a una gran cantidad de votantes que no tienen ninguna vinculación entre ellos, es capaz de montar un entramado electoral y generar los ingresos suficientes para abordar el poder. El populista no deja de ser un nuevo caudillo que pretende alzarse con el poder absoluto.
En España somos incapaces de escarmentar en cabeza ajena; vemos el ascenso de partidos populistas en Europa y en todo el mundo y pensamos que eso jamás nos podrá pasar. Pues vale… –Confucio.