Leo y escucho con sorpresa en distintos medios de comunicación como España afronta un verano más con la misma paradoja: contar con medios humanos y materiales de alto valor para combatir los incendios forestales, pero ver cómo se malgastan por una gestión logística deficiente. Los problemas de combustible en las bases, que obligan a las aeronaves a esperar para repostar, son solo un reflejo de un sistema incapaz de garantizar lo más básico. Las instalaciones están diseñadas para cubrir lo mínimo y colapsan en cuanto llegan refuerzos de otras regiones o países, lo que convierte la urgencia en una carrera de obstáculos.
A ello se suma el fracaso en la modernización de la flota. Los aviones cisterna, esenciales para atacar grandes incendios, quedaron fuera de un plan de actualización por un error burocrático que impidió acceder a la documentación técnica necesaria. En paralelo, se retiró y subastó parte de la flota sin disponer de sustitutos, reduciendo así la capacidad aérea en plena crisis climática. El resultado es un parque de aeronaves envejecido y mermado, que sobrevive más por el esfuerzo de los pilotos que por la planificación de las administraciones.
Pero incluso cuando los aviones pueden despegar, surge otra limitación igualmente crítica: las horas de vuelo que la normativa impone a los pilotos para garantizar su seguridad. En un dispositivo tan ajustado, cada hora contada se convierte en un problema, porque no hay suficientes efectivos para cubrir turnos largos ni descansar adecuadamente. La falta de planificación provoca que el personal esté al límite de sus capacidades, expuesto a jornadas maratonianas en situaciones de alto riesgo, lo que incrementa la vulnerabilidad de todo el operativo.
La dispersión en la gestión entre comunidades autónomas añade otra capa de ineficiencia. Sin un mando logístico central, unas bases se saturan mientras otras apenas se utilizan. El país depende de acuerdos improvisados entre administraciones, de la buena voluntad de empresas suministradoras y, finalmente, de la ayuda exterior. España ha tenido que recurrir otra vez a la Unión Europea para reforzar su capacidad aérea, como si no pudiera sostener por sí misma un dispositivo básico frente a incendios que cada año son más destructivos.
Las carencias son evidentes: combustible escaso, aviones envejecidos, flota recortada, pilotos exhaustos y una coordinación fragmentada. Lo más preocupante no es que se trate de problemas nuevos, sino que se repiten temporada tras temporada sin que se tomen medidas estructurales. Cada hectárea perdida, cada evacuación y cada piloto al límite de sus fuerzas son el precio de una logística mal diseñada, que convierte la lucha contra el fuego en un ejercicio de resistencia más que en una estrategia eficaz.