Me considero hijo adoptivo del sentido común; de modo y manera que éste suelo aplicarlo con harta frecuencia, lo que en ocasiones me acarrea una serie de conflictos difíciles de predecir; sobre todo con muchos de aquellos cuyo sentido no lo tienen todavía ni a estas alturas lo suficientemente desarrollado como para tratar de analizar una situación determinada por muy anodina que esta pueda ser. De manera que cuando se da el caso, suelo salir del atolladero con una frase acuñada por mi mismo, pero que tampoco suele surtir el efecto deseado y que reza de la siguiente manera: “Perdone, pero no dispongo de la suficiente ignorancia como para tratar de comprenderle”.
Durante las largas vacaciones que he pasado recientemente en Tenerife he tenido tiempo sobrado como para hacerme una idea clara de lo que para mí significa la ausencia auténtica de unas señas de identidad isleña entre gran parte de una población criolla que hoy día no les une con un lejano pasado que si defendieron a muerte los aborígenes y cuyas consecuencias nos han llevado desde entonces a ser súbditos de una corona española que nos fue impuesta por la fuerza con el uso de las armas de fuego y en nombre de la Iglesia Católica, quién se inhibió del perverso destino al que se vieron obligados los llamados güanches.
(Fue precisamente la población criolla la que exigió a sus Reyes europeos la independencia de los territorios conquistados en América)
La ausencia de la bandera canaria y la proliferación de españolas en algunos edificios públicos así como en los distintos festejos isleños me producía una extraña sensación de abandono por parte ya no sólo de las autoridades locales sino, además, de todos aquellos otros que se conducían por doquier vendiendo una falsa canariedad de “guachinches” y reguetón rancio que no enraíza en la actualidad con el vergonzoso contenido de la Historia.
La escuela primaria del tiempo de la dictadura nos escondió a todos los niños de entonces la verdad sobre la sanguinaria conquista del archipiélago, edulcorándola con la grandeza de hacernos sentir españoles gracias a los desvelos de Nuestra Santa Madre Iglesia y al valor reconocido de los conquistadores castellanos, quienes nos preservaron de morir a manos de unos salvajes pastores a quienes más tarde obligaron a colonizar América cuando no a servir de regalos como esclavos a otras distintas dinastías europeas donde morirían hasta de tristeza.
Me preocupa muchísimo todavía el excesivo fervor religioso mostrado por los canarios por las distintas imágenes de la amplísima iconografía católica. Reconozco que no soy quién como para criticar o medir tal práctica en pleno siglo XXI, pero no puedo pasar por alto la total connivencia de la Iglesia Católica en relación al descrédito que supuso la brutal conquista por las armas de todo el Archipiélago de Canarias además del sufrido por América Latina.
Como despedida sólo me resta añadir que solamente creo en todo aquello que se puede demostrar de forma científica. De manera que al Vaticano y a su Príncipe no le debo absolutamente nada; más bien al contrario. Ellos me deben los años de infancia que me tuvieron engañado.
zoilolobo@gmail.com
Licenciado en Historia del Arte y Bellas Artes