Todavía no se si cuando me llegue la hora de morir lo haré con las botas puestas, pero lo que sí me atrevo a afirmar es que mientras siga con vida no debe uno hablar con la boca llena porque, aparte de ser un acto de muy mala educación, podemos atragantarnos muy fácilmente, incluso correr el riesgo de encontrar la muerte: con o sin botas.
Por no decir que no pueden, muy pocos son los que hoy en día no se atreven a hablar con la boca llena pues son muchos los que no tienen absolutamente nada para llevarse a ella. De manera que el problema tampoco termina por resolverse porque, en todo caso, moriremos de inanición.
Si la clase política tuviera en cuenta que no basta sólo con atragantarse para, por lo menos, no morir de inanición, quizá llegaría a entender mucho mejor la gravedad del momento por el que atravesamos en España, porque ante la paradójica situación, también se da la terrible circunstancia de que si no muere uno de una cosa, muere de la otra.
Por último y en vista del poco interés de los políticos en resolver el inexcusable dilema, atareados como están en conquistar las grandes plazas de la geografía española, sólo nos queda una única disyuntiva, y esta sólo consiste en tratar de vender las botas con las que pretendíamos morir dignamente para, con su producto, conseguir lo indispensable para llevarnos a la boca.
De manera que dentro de muy poco tiempo no deberíamos de extrañarnos al encontrarnos por las calles caminando con los pies desnudos, pues habremos de vender el calzado si lo que deseamos es no morir de hambre.
Para entonces tendremos tan mala fortuna que los especuladores de turno pondrán precio a nuestro calzado y pagarán mucho mejor por aquel otro que haya pertenecido a un diputado, a un senador, a un presidente autonómico, a un ministro, por no decir a un presidente de gobierno, quienes podrán desprenderse de botas y zapatos de mucha mayor categoría y mejor calidad que los nuestros y con mucho mejor precio en los mercados nacionales
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Licenciado en Historia del Arte y Bellas Artes
