A juicio del anónimo transeúnte, aquel hombre llevaba ya más de una hora con el brazo levantado, haciendo visera con la mano extendida, apoyada sobre las cejas y oteando con suma atención la línea del horizonte marino que se dibujaba en la distancia sin el menor indicio de sentir cansancio en el brazo flexionado.
Sólo por curiosidad, el transeúnte se acercó prudentemente al oteador para preguntarle:
-Perdone ¿No se cansa Vd. de permanecer en esa postura tan incómoda durante tanto tiempo?
-En absoluto. Si usted fuera tan observador como por las circunstancias que me encuentro soy yo ahora, habría advertido con facilidad que lo que pasa en realidad es que tengo el brazo escayolado en esta posición debido a un grave accidente de tráfico sufrido en moto hace ya un mes y, cuando salgo, suelo disimularlo de ese modo tan audaz, oteando siempre el horizonte.
-Lo siento, créame.
-No tiene ninguna importancia. Lo que sí puedo asegurarle es que sobre horizontes sé todo lo que hay que saber sobre el tema. ¿Sabía Vd. que cualquier horizonte es del todo inalcanzable? ¿Qué tan sólo se trata de una quimera? De modo que si, por ejemplo, ahora yo doy un paso hacia adelante en dirección al horizonte que estoy presenciando, ese horizonte ya no será el mismo del de hace sólo un momento. También habrá sido sustituido por otro nuevo sólo que un paso más lejos, con lo cual, queda del mismo modo establecido que no existen horizontes lejanos ni tampoco de grandeza, sino sólo uno y a la misma distancia siempre de todos nosotros.
-Interesante, nunca me lo había planteado.
-Es más, ahora estoy tratando de establecer la distancia exacta, en este caso en millas marinas, que existiría desde nuestras pupilas hasta la línea del horizonte que percibimos. Imaginemos que coincidiendo con la delgada línea del horizonte que ahora se dibuja a lo lejos pudiéramos colocar una enorme baliza. Pues bien, si midiéramos la gran distancia que dista entre nosotros y la baliza, obtendríamos el resultado en millas que nuestra vista sería capaz de alcanzar en condiciones favorables y de manera invariable, ¿no le parece?
-Dicho así, no me cabe la menor duda, ¡claro!
Siempre que no cambiemos de lugar, no existen por lo tanto nuevos horizontes sino que se trata del mismo que se prolonga en función no sólo de la curvatura de la tierra sino también de la altura donde nos encontremos: en el mar, en el desierto, en las llanuras, en las montañas, sobre los acantilados, etc. pero siempre, en cualquier caso, inalcanzable para cualquiera de cada uno de nosotros. De modo que los llamados “nuevos horizontes” nunca podrán ser sinónimo de “nuevas metas” que sí serían siempre las que pretenderíamos alcanzar y en ocasiones conseguir a lo largo de nuestra más que azarosa vida.
Lo que sí se puede afirmar es la existencia de un horizonte común para todas aquellas personas que coincidan en un mismo lugar, independientemente de que se hayan puesto de acuerdo entre sí o no, de más o menos la misma estatura, del credo que profesen, del color de su piel, del sexo y de la edad. Lo único que sería exigible para todas ellas es que conservaran el sentido de la vista.
zoilolobo@gmail.com
Licenciado en Historia del Arte y Bellas Artes