A medida que uno se hace mayor se vuelve mucho más exigente con determinados planteamientos sociales y, sin embargo, conseguimos ser más tolerantes con muchos otros; sobre todo, para tratar de curarnos en eso que suelen llamar salud, de la que por otro lado, no puedo quejarme en demasía, pero que, sin embargo, lleva también aparejada la idea de confort en el interior de tu propio domicilio.
Pero hoy sí que debo quejarme, -y creo que con razón-, de lo que puede estar sucediendo ahora en muchos pueblecitos de la geografía peninsular e insular española, -independientemente del rigor que se le pueda achacar a la pandemia-, en lo que se refiere al sufrimiento que debemos soportar como consecuencia de la reata de moteros perniciosos que nos hacen padecer con los llamados escapes libres de sus respectivas motos de pequeña y alta cilindrada y cuyos decibelios superan con creces los establecidos por las autoridades competentes.
Hemos puesto toda la carne en el asador en tratar de conducir la pandemia por unos derroteros que lentamente, y a pesar de las víctimas, han continuado dando sus frutos, pero no hemos conseguido, en mi modesta opinión, solucionar algo más sencillo todavía como es la supresión de la contaminación acústica que sufrimos todos aquellos que, además, hemos ido perdiendo la audición como consecuencia de estar expuestos continuamente al excesivo y gratuito ruido que provocan, entre otros muchos, los sistemas de escape de algunos motores de dos y cuatro tiempos y que, por si fuera poco, tienen incluso sus distintos sonidos registrados formalmente en las oficinas de patentes.
Los vehículos eléctricos, desde automóviles hasta patinetes, han ido llegado en nuestro auxilio, pero aún estamos muy lejos de poder eliminar definitivamente, y aunque sólo sea en las áreas urbanas, esos otros motores que generan y despiden gases además de abundante contaminación acústica, imposibles de soportar y que algunos se empeñan en seguir utilizando porque los consideran fundamentales para sus estrechas capacidades de ocio o, cuando no, también para cumplir con sus inquietantes necesidades laborales.
zoilolobo@gmail.com
Licenciado en Historia del Arte y Bellas Artes
Buen artículo. La verdad es que si algo bueno ha tenido la pandemia es que nos hemos dado cuenta que estamos invadiendo todos los territorios y apropiándonos de la naturaleza. Durante el confinamiento se pudieron ver escenas de delfines en Santa Cruz, focas en los puertos, aves en los aeropuertos y sobre todo el silencio provocado por la no circulación de vehículos.
La llegada de los coches eléctricos es cuestionable, sobre todo porque su precio solo estará al alcance de los burgueses y las baterías serán el futuro gran problema ecológico.