Dentro de lo que cabe, la situación hoy del Sr. Bárcenas ha despertado en mí un cierto sentimiento de fraternidad difícil de explicar si tenemos en cuenta de que jamás aprobé sus tejemanejes durante el tiempo que permaneció incólume al frente de la llamada contabilidad “b” de un partido, supuestamente corrupto, como parecía serlo entonces el Partido Popular.
Mientras él, como cabeza de turco de su partido, era imputado por la justicia española por unos delitos graves de apropiación indebida, cohecho y falsedad documental, contra el resto de sospechosos, sin embargo, apenas pudo probarse nada como consecuencia del pacto de silencio al que se había comprometido Bárcenas para no llegar a ver también a su mujer entre rejas.
El último romántico del también último partido en gobernar antes de la coalición actual, ha decidido no sólo aceptar la parte que le corresponde de la pena impuesta por la Fiscalía sino que también se ha propuesto ahora a ir mucho más lejos si cabe, al reconocer que su partido entonces no habría respetado la palabra dada por la que aseguraban de que mientras no decidiera inculpar a terceros, su mujer no llegaría nunca a entrar en prisión.
De manera que la simpatía que ahora Bárcenas ha despertado en mí se debe fundamentalmente a su alarde de espiritualidad romántico-conservadora, al tratar de salvar, por todos los medios, a que su amadísima Rosalía Iglesias tenga que pasar tantos años encerrada tras los muros de una modesta prisión como consecuencia de la promesa, ahora rota, que en su momento le había garantizado su propio partido. Y, aunque algo tarde ya, ha decidido definitivamente tirar de la manta y aportar todas las pruebas necesarias y convenientes que, según él, aún conserva en su poder y con las que podría supuestamente inculpar a figuras de tanta relevancia en el Partido Popular como pueda ser la del mismísimo ex-presidente, Mariano Rajoy, hasta altos cargos de la importancia de Dolores de Cospedal, Federico Trillo, Pío García Escudero, Francisco Álvarez Cascos, Ángel Acebes, Javier Arenas, Rodrigo Rato, y Jaime Ignacio del Burgo. Todos ellos a cambio de la libertad de su mujer.
¿Quién le iba a decir a toda esa gente sin sentimientos que Luís Bárcenas, por una vez en la vida, actuaría simplemente por amor a su queridísima esposa, Rosalía Iglesias?
Pese a todo, cuando alguien como Luís Bárcenas asume su delito simplemente por amor, tendríamos que considerar que aún queda en él una ráfaga de honorabilidad que ya la quisieran otros muchos para sí mismos, independientemente de la promesa rota por parte de todos los suyos y haber sido traicionado con tanta vileza.
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Licenciado en Historia del Arte y Bellas Artes