Sabedora de las aviesas intenciones de aquellos salvapatrias de formación militar, la Derechita Cobarde, todos a una y de puntillas, para no ser oídos por los distintos medios de comunicación apostados estratégicamente por las esquinas, como si fuera la procesionaria bajada de un pino, avanzaba cautelosa y sin atropellarse en dirección a donde creía que tendría lugar aquel encuentro del que había sido informada previamente.
El sol casi en su cenit y la plaza de Sant Jaume, adoquinada como siempre, solitaria. Los balcones de la Generalitat y el Ajuntament desnudos de lazos amarillos y la Derechita Cobarde apostada discretamente y sin ser vista repartida por los aledaños.
Las campanas de la catedral dieron las doce y el dirigente de la llamada Extrema Derecha, venido de la calle Fernando, desembocó lentamente en la plaza, situándose a escasos metros de la puerta principal de la Generalitat. A esa hora, el President salió al exterior, sólo, sin su séquito, pero cuando quiso darse cuenta de la presencia del violento pistolero, éste ya había disparado su revolver alcanzándole en el pecho a la altura del corazón. Acto seguido, el asesino volvería apresuradamente sobre sus pasos desapareciendo por las callejuelas adyacentes donde en cualquiera de ellas le esperaría su montura para salir huyendo cobardemente del lugar.
Como siempre, la Derechita Cobarde guardó silencio absoluto, pero una pareja de mossos d`esquadra fuera de servicio, al oír el disparo, corrió apresuradamente a auxiliar al President tendido e iluminado sobre los adoquines de la plaza. Por fortuna continuaba aún con vida. Al parecer, el impacto del proyectil del Colt 45 sólo lo había tumbado de espaldas porque el grueso lazo amarillo de metal que el President lucía siempre en el pecho le había salvado de una muerte más que segura.
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