Después de mucho tiempo y acuciado como me encontraba por la llamada crisis económica que continuaba adelgazando cada vez más al país decidí entrar de nuevo a aquella antigua Casa de Comidas a la que hoy llamaban eufemísticamente Restaurante, a pesar de seguir sirviendo, como siempre, suculentas y económicas comidas caseras de aquellas que cocinaban nuestras madres y abuelas.
Los hijos de sus antiguos propietarios conservaban todavía sobre las mesas los mantelitos azules y blancos a cuadros de hule sobre los que descansaban unos diminutos búcaros de barro cocido repletos de graciosas e inodoras florecillas rojas de plástico.
Una masa oscura de hombre cubierto con sombrero me siseó desde la penumbra del rincón opuesto al que ahora me encontraba. Acudí a su encuentro con la vaga sospecha de saber de quién se trataba a juzgar por los destellos que desprendían su enorme anillo de oro de dieciocho quilates y la pulsera de su, sin embargo, falso reloj Rolex. Efectivamente, la chatarra en sus muñecas le había delatado; se trataba de Alex, antiguo conocido mío quien desde muy joven nos había impresionado a todos no sólo por su profundo sentido del humor sino, además, por sus extraordinarios éxitos conseguidos en los negocios en los últimos treinta y cinco años.
Me fundí en un sincero abrazo entre los ciento cincuenta kilos de mi entrañable amigo.
-¿Qué tal van los negocios, Alex? -pregunté a modo de saludo-.
-Bien, bien, ahora me dedico a la venta de gas y, a pesar de la crisis, me va fenomenal; esa es la razón por la que últimamente frecuento este viejo restaurante, -me susurró a medida que llegaba al final de la frase-.
-¿Qué relación guarda la exitosa venta de gas con que comas a diario aquí? -inquirí yo con suma curiosidad.
-Veras, -me dijo-, se trata del tipo de comidas que aquí puedo ingerir. Eso me facilita la producción de gases que luego vendo a la antigua Unión Soviética, Rusia y los países del Este. Nunca he sido tan feliz de haber engordado tanto y de que tantos kilos me reporten tan pingües beneficios.
Jamás pude saber si en realidad hacía sólo gala de su exacerbado sentido del humor o si, como todos creíamos, Alex resultaba ser un auténtico lince para los negocios.
zoilolobo@gmail.com
Licenciado en Historia del Arte y Bellas Artes