Lo sucedido estos últimos días en el congreso de los diputados durante la votación sobre la aprobación de la Reforma Laboral, pone muy de relieve la categoría política de muchos de nuestros representantes de los distintos partidos presentes en el hemiciclo durante los debates parlamentarios. Estas estrategias llevadas a cabo por algunos partidos, rozan ya la ilegalidad más absoluta, habida cuenta del interés que suscita mantener su propia presencia con el mayor número de escaños en virtud de unas componendas que rozan el ámbito del delito con tal de salir airosos de una situación que, como en el caso que nos ocupa, ya venía precedida, sin embargo, de un consenso habido entre Sindicatos y Patronal.
Al parecer, los intereses particulares de algunos grupos parlamentarios priman mucho más que el interés general de la ciudadanía y, en consecuencia, de los propios votantes que eligen cuidadosamente los programas de los que alardean los distintos partidos durante las campañas políticas en torno a las próximas elecciones generales.
El insulto, el descrédito, la inoperancia, además de otros muchos factores de la misma categoría, se han instalado para siempre en la tribuna de oradores para, desde allí, fustigar con improperios de muy mal gusto al enemigo político, sin ni siquiera prestar atención a los argumentos presentados que deberían ser la esencia misma del debate entre partidos.
No hay mal que por bien no venga, reza el magnífico refrán español aplicable en este caso concreto. Si el voto equivocado del diputado representante del Partido Popular ha servido para sacar adelante la aprobación de la tan esperada por difícil Reforma Laboral, bienvenido sea, pese a la intención contraria de su propio partido y al lamento desesperado del señor Alberto Casero, a quien su grave error le ha hecho más popular si cabe que su propia acta de diputado en el Parlamento.
Pese a todo, sigo creyendo en el concepto de democracia parlamentaria. Es el único consuelo que aún me queda.
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Licenciado en Historia del Arte y Bellas Artes
