Somos dos hermanos. Siempre pensé que éramos diametralmente opuestos, aunque he oído decir que en la madurez los hermanos convergen y acaban asemejándose.
Mi hermana tiene cuatro años menos que yo. Está casada desde hace treinta y cuatro años y tiene un hijo. Siempre fue seria, responsable y muy racional. Yo era el inconsciente, el impulsivo y precipitado. A mis sesenta y tres años cumplidos me he casado dos veces, tengo dos hijos, uno de cada matrimonio, y ahora vivo con una mujer, aunque no nos hemos casado.
Reconozco que he sido y soy mujeriego y muy apasionado. Soy un consumidor asiduo de agencias de contactos. Soy cliente fiel de Meetic, Badoo, Tinder, Solteros con nivel, Ourtime, beDOS, edarling…
He flirteado con muchas mujeres. La experiencia de conocer a mujeres nuevas y distintas me enloquece. Disfruto y me divierto. Rubias y morenas, altas y bajas, delgadas y musculosas. ¡Cómo me gustan las mujeres! Todas sin excepción me enloquecen.
El pasado sábado un amigo, tan crápula como yo, me habló de la última forma de contactar. Es una aplicación que descargas en el teléfono.
Me explicó:
—Cubres los datos referentes al sexo y la modalidad del encuentro que buscas, y entonces lo lanzas al espacio virtual. Cuando consideres que ha llegado el momento, compartes tu ubicación geográfica, y entonces, se despliega un mapa con cruces verdes cerca de la zona en la que te encuentras y las distintas posibilidades que tienes. Los números del teléfono permanecen ocultos por protección de datos.
Pasé el fin de semana dando vueltas a la aplicación. El lunes salí de la oficina para hacer varias gestiones. Tenía que ir al Registro y al Ayuntamiento. Estaba contento. Pensé en completar y redondear la primera jornada laboral de la semana.
Mientras iba y venía me metí en la aplicación. Había cuatro mujeres disponibles en la zona. Investigué un poco sus perfiles. Hablaban de sus gustos y de lo que buscaban.
Elegida mi compañera para el encuentro fugaz, le pregunté su nombre:
—Cleopatra, me escribió.
—El mío también es de guerra, le contesté, Marco Aurelio.
—¿Rubia o morena? indagué.
—Sorpresa, sorpresa, me dijo, y añadió:
—Será lo último que recuerdes tras nuestro encuentro.
—¿De qué crees me acordaré más? Interpelé con enorme curiosidad.
—Ven y lo verás, contestó con frescura.
—Te estremecerás al oír mi nombre.
—¿Dime tu talla? por favor, e inmediatamente me indicó:
—¿De qué parte de mi cuerpo?
Entré nervioso y atropellado en el hotel.
Era un hotel de cuatro estrellas. Utilizado con frecuencia por profesionales en viajes de negocio. La decoración era minimalista, muebles sencillos y funcionales.
Una vez identificado en la recepción como Marco Aurelio pagué la parte de la habitación que me correspondía. Y subí. Eran las tres y veinte de la tarde. En mi móvil recibí el último mensaje mientras subía en el ascensor al piso octavo:
—Te espero bajo las sábanas. Incorpórate conmigo completamente desnudo… y si quieres, véndate los ojos.
Estaba emocionado. El juego resultaba divertido y ya había comenzado.
Al entrar analicé la habitación. En una mesa había una cesta de fresas y una botella de cava sumergida en un cubo de hielos. Beberíamos y comeríamos para celebrar nuestros momentos de éxtasis y pasión tórrida. Ni siquiera sabíamos nuestros nombres y nunca nos habíamos visto. En una silla se encontraban unos zapatos y un traje de chaqueta de color beige. Me pareció una ropa elegante. Debe ser abogada.
Cuidadosamente doblada estaba también la ropa interior. La cosa prometía. Decía la verdad: la encontraría completamente desnuda… ¡me esperaba bajo las sábanas!
Y pronuncié en su presencia física mis primeras palabras:
—Hola Cleopatra. Aquí está tu Marco Aurelio. No te defraudaré. Sé que volverás a llamarme. Pronunciarás mi nombre en el futuro con ardor y pasión.
Al oírme se removió. Mi nombre, y también mi voz le excitaba. Tengo una bonita voz, dicen los muchos que me oyen. Y es que, trabajo en la radio. Desde las sábanas se oyó otra vez la de Cleopatra:
—¿Quién eres y a qué te dedicas? Ven aquí dentro…
—Nunca olvidarás lo que voy a hacerte, créeme, le contesté.
—Motores calentados. ¿Qué salto prefiere mi ardiente Cleopatra?, dije dirigiéndome a la cama completamente desnudo como el expectante bellezón que me aguardaba.
Cuando levanté las sábanas grité. No sabía si reír o llorar. Mi hermana, mi única hermana de cincuenta y nueve años estaba allí completamente desnuda.
En efecto, su nombre no lo pronunciaría nunca más de la misma forma. Para mí desde entonces sería Cleopatra.
Doctora en Derecho. Licenciada en Periodismo.
Diplomada en Criminología y Empresariales.
