Treinta y ocho segundos son los que empleo cada día en subir al piso 44.
Soy especialista en compliance. Mi empresa contactó conmigo por LinkedIn y empecé a trabajar en su sede principal en la Torre de Cristal de Madrid.
Los veintisiete ascensores que tenemos en el conocido edificio experimentan una actividad incesante convirtiéndose en un hervidero a las ocho de la mañana.
Coincido siempre con las mismas personas, pero solo veo a una. Un tipo bien parecido. No muy alto, moreno y con acento extranjero.
Me he hecho puntual. Necesito verlo. Mi jornada es mucho más alegre. Día a día me arreglo más. No repito ropa. Tengo que conseguir salir con él.
Me bajo y salgo antes cada día. Él trabaja en la planta 49. Lo sé porque pulsa el botón al entrar en el ascensor.
Después de muchas vueltas en mi cabeza he tomado una decisión: Mañana no me bajaré en el piso 44 y le acompañaré hasta el 49, acercándome a una altura de 210 metros. Solo pensarlo me produce vértigo.
Pero, contra todo pronóstico mi mañana no ha empezado bien. Hoy no ha venido. He dejado pasar el ascensor. Cinco servicios después lo he tomado. Mientras subía me increpaba por mi estupidez. Soy ejecutiva de una gran empresa y me comporto como una chiquilla tonta y estúpida. Al entrar en mi despacho he ojeado los más importantes periódicos del día.
Al ver una de las páginas del interior se me ha caído el velo. Una foto de mi hombre de la planta 49 ilustraba la noticia del mayor fraude detectado en Europa de delitos contra la intimidad, allanamiento informático, estafas, fraudes e insolvencias punibles.
Un hombre muy inteligente que utilizaba su cerebro para delinquir en todo aquello por lo que yo luchaba.
Desde aquel día nunca más volví a tomar el ascensor número cuatro. Había quedado envilecido y degradado. Profanado en mi memoria para siempre.
Doctora en Derecho
Licenciada en Periodismo
Diplomada en Criminología y Empresariales