- El mejor deportista español de todos los tiempos anunció hace unas semanas que se retiraba
Esta semana asistimos con pena al día que ni Rafa ni todos los que le hemos seguido en los últimos 20 años queríamos que llegara, el día de decir adiós a las pistas de tenis. Y lo hizo defendiendo los colores de España en la Copa Davis, el escenario de su primer gran éxito como profesional cuando en 2004 nos coronó como campeones.
En esta despedida, llena de emoción y satisfacción hay una mezcla de tristeza, alegría y orgullo.
Su espíritu de lucha era la de un titán. Un gladiador en el foro que combatía hasta el final de cualquier partido o torneo. Jamás tiró la toalla. Corría por llegar al primer bote de la última bola del partido, como si fuera la primera.
Un deportista humilde, luchador, optimista, perseverante y sufridor. Un competidor nato que siempre reconoció que le gustaba ganar: en las pistas de tenis, en el campo de golf o en el tablero de parchís.
Una ambición inmensa y sana que le ha permitido mejorar día a día. Reconoció que sin Federer y Djokovic no hubiera sido quien es. La lucha y la ambición le llevó al límite. Con Federer jugó el que se considera el mejor partido de tenis nunca visto. Nadal se impuso en la pista verde al que había sido su rival. Una rivalidad de libro. Una de las mayores que se recuerdan en este deporte. Tras 4 horas y 48 minutos ganó Wimbledon. Era el segundo español en hacerlo.
Un hombre sin fisuras. Una cabeza privilegiada frente al desaliento. Imposible romper su ánimo y determinación. Luchando hasta el final ante la falta de fe de sus fans. Sucedió en la final del Open de Australia contra el ruso Medvedev. Y, una vez más, y contra toda esperanza, empezó bola a bola a remontar ese partido que estaba perdido… ¡Lo ganó! Como en tantas ocasiones, Rafa ganó. Él ganó y nos volvió a ganar a todos nosotros.
Ha vivido intensamente muchos años de carrera deportiva, aunque desde el principio una sombra le acompañó: las lesiones. El pie, la rodilla, el hombro, la muñeca… Pero ni las lesiones pudieron apagar el fuego que llevaba dentro. “Siento comunicaros que no podré presentarme”. “Me han dicho que no debo forzar más”. “El cuerpo me llama y no me deja”. En sus veinte años de carrera ha sufrido casi cinco años de baja por lesiones. Su tío Toni le decía horas antes del siguiente partido: “Tú verás. ¿Te duele? También te ha dolido hoy”. Y Rafa, saltaba a la pista con dolor. Y lo daba todo. Y nos hacía saltar en los sillones de nuestras casas después de habernos mordido las uñas. Nos emocionaba. Nos hacía llorar. Y ganaba. Y si alguna vez perdía, lo primero que hacía era describir con detalle ese punto que se le escapó, esa bola de su rival a la que no pudo llegar, ese mal golpe que dio, el revés extraordinario con el que le sorprendió su contrincante. Ha jugado mejor que yo, concluía siempre reconociendo el mérito de su rival.
Ha sido fuente de inspiración por su comportamiento en la pista y fuera de ella.
Ha ofrecido un ejemplo impagable a sus seguidores cada día más numerosos. Admiradores de todo el mundo rendidos a su juego y el respeto a sus oponentes.
Nunca un mal gesto. Nunca una mala cara.
Nunca ha roto una raqueta en toda su carrera. Todos lo han hecho alguna vez, pero él jamás. Un dominio sobre sí mismo difícil de alcanzar. Alguien especial, sin duda alguna.
Hombre íntegro. Ejemplo en lo deportivo y en lo personal. Sus máximos rivales se han rendido ante él. Ha hecho llorar a Roger Federer, quien confesó su desconcierto ante la fuerza, el empuje y empeño de este manacorí. Un ser del olimpo, un ser inaccesible jugando y compitiendo, pero un hombre de carne y hueso. Humilde en el juego y en la vida. En las terribles inundaciones sufridas en su querida isla se remangó para echar una mano. Millonario, mirado y admirado se unió a sus paisanos, cogió una pala y se puso a limpiar como los demás. Cuando un periodista lo reconoció y se acercó a entrevistarle, visiblemente molesto le advirtió que no era Rafa, el famoso tenista, sino un vecino que sufría con sus convecinos los estragos causados por las inclemencias del tiempo.
Tras una infinidad de éxitos deportivos mantiene la humildad de un niño. Es grande. Y como los grandes no mira a su sombra, sino que dirige su mirada a los otros.
Rafa nos dio las gracias a los aficionados. En esta su despedida, este hombre que lo ha ganado todo nos ha dado las gracias. Deberíamos ser nosotros los que le demos las gracias a él. Ni todas las GRACIAS del mundo serían suficientes para devolverte TODO lo que nos has dado.
Rafael Nadal Parera es una leyenda viva, y las leyendas nunca mueren.
Por todo eso, adiós, no. Hasta siempre, RAFA.
Doctora en Derecho.
Licenciada en Periodismo
Diplomada en Criminología y Empresariales