Jessica y Tamara salieron del colegio. —Gracias, le dijo Tamara. —Te prometo que si necesito algo te escribo. ¡Qué suerte tener una amiga!, pensó.
Ya en su casa hizo los deberes. Definitivamente su ordenador estaba roto. Necesitaba el de su amiga. Llamó desde su móvil: —Jessi, ¿puedo ir a tu casa y usar tu ordenador? —Claro, ven cuando quieras. —En diez minutos estoy ahí.
Jessica le abrió la puerta. En el salón de su casa estaba su hermano Carlos, de 22 años, con tres amigos.
Pasaron a su habitación y allí trabajaron. Tamara terminó, y Jessica le dijo con sana admiración: —Que suerte tienes. Eres rapidísima haciendo los deberes. Me gustaría parecerme a ti. Eres muy lista. En ese momento se abrió la puerta. —Chicas, nos vamos, dijo Carlos. —Yo también me voy, dijo Tamara. —Tengo que ayudar a mi hermano.
En la calle, David, uno de los amigos de Carlos le dijo: —Si quieres te acompaño. —Como quieras, contestó Tamara. Por el camino David le dijo: —Ven conmigo y te enseñaré una cosa que te encantará. Solo serán cinco minutos. Después ayudarás a tu hermano.
Se alejaban del centro. —Si está muy lejos tendré que volver. —No te preocupes, es ahí. ¿Ves las ruinas del castillo?
Una vez allí, David se lanzó sobre Tamara. La violó brutalmente. Le dio una paliza para vencer su resistencia. Era una bestia, un animal. Con una ferocidad salvaje le causó múltiples desgarros en la vagina, cardenales y heridas por todo su cuerpo. Tamara se resistía aterrorizada. Intentaba defenderse, pero ¡qué fuerzas tan desiguales! Conmocionada ante el que conocía y sintiendo un horror indecible se adentró sin quererlo en un pánico espeluznante. La crueldad de David iba en aumento. Tamara quedó exhausta tras la infructuosa y baldía defensa. Descorazonada lloraba infantilmente.
—¿Te ha gustado? le dijo con escarnio. Tamara le miró llorosa. Estaba desconcertada. Turbada. Su mirada acongojada, su tembloroso cuerpo ante tanto horror excitaba a David. Le producía un placer inaudito, y le animaba a seguir.
Mirándola, David se rio. Viendo su estremecimiento y pavor tomó con suavidad su larga y oscura melena y la puso sobre su frente. —Tienes un pelo precioso, muy suave. Le guiñó un ojo y cogiéndole por el pelo le golpeó la cabeza contra el suelo una y otra vez hasta concluir su sádica y atroz actuación. La violencia alcanzó tintes inhumanos. El ruido era ensordecedor. Tras más de veinte golpes con una ira y ensañamiento feroz terminó con el aniquilamiento de la pobre niña.
Rodeaba de sangre yacía desnuda.
Dando dos pasos a un lado se sentó mirando lo que había hecho. Llamó con su teléfono al 112. —Hola, me llamo David. Acabo de matar a una niña. Comuníqueselo a la policía. Aquí estaré esperándoles. —Pero, dígame su nombre. ¿Desde dónde me llama? Deme la identidad de la niña. —Ya le he dicho suficiente. Averigüen Vds. el resto. Y colgó.
Entonces, llamó a Carlos. —Hola Carlos. ¿Qué hacéis? —Hola David, ¿vienes con nosotros? — No, estoy esperando a la policía. Acabo de matar a Tamara. —¿Qué dices? Ja, ja. ¿Vienes o no? —Tío, hablo en serio. Acabo de matar a la amiga de tu hermana Jessi. Estoy esperando a la policía. Lo único malo es que no podré hacer el viaje que habíamos planificado. Ya no conoceré Venecia. Con la ilusión que me hacía montarme en una góndola. —Pero ¿de qué estás hablando?, preguntó con inquietud Carlos. Déjate de bromas. —No, no es broma, contestó David, y continuó: —Siempre he dicho que era un psicópata, y sois vosotros los que no me habéis creído. No sirvo para vivir en sociedad. Sigo sin encontrar mi sitio. Tú y los otros me habéis aceptado, pero yo sé que soy un psicópata. —¿Dónde está Tamara?, insistió. —Qué pesado Carlos, ya te lo he dicho. No cumplirá los quince. Permanece a mi lado, y ahora ¡por fin! no se mueve. Ha peleado como una heroína. Está a dos metros, muerta, rodeada de sangre. Y continuó: —Que bien lo hemos pasado esta tarde jugando con la vídeo consola. —¿Dónde estás?, apremió Carlos. —Ni se lo he dicho a la policía, ni… tampoco te lo voy a decir a ti. Voy a colgar Carlos. Me sentaré y esperaré a la policía. Voy a comprobar lo listos que son. ¿Cuánto tardarán en llegar? Podéis apostar entre vosotros. Adiós.
Al llegar la policía encontró a David sentado a un metro de Tamara, mientras jugaba con su móvil.
Eran dos policías locales. Al ver la aterradora y espeluznante escena no pudieron reprimir sus lágrimas. Conocían a Tamara desde pequeña. Al llegar la policía judicial y el juez les permitieron retirarse de la horrenda y tétrica escena.
Salieron abrazados. A tan solo unos metros lloraron amargamente. Lo único que acertaban a decir fue: —Era una niña. ¡Qué horror! —El mal existe. El mal existe.
Doctora en Derecho.
Licenciada en Periodismo
Diplomada en Criminología y Empresariales