La madre de Luis decía: —Dios los cría y ellos se juntan.
En realidad, a Luis y a Roy los criaron sus madres a duras penas, y es verdad que ellos se juntaron, siendo uno y otro ‘lo peor de cada casa’.
Unidos montaron un negocio. La suerte llamaba a su puerta y en muy poco tiempo el próspero oficio les convirtió en personas muy adineradas.
Desde la opulencia usaban sus fortunas para cumplir sus deseos. No existía autorización que se les negara. Antes de que eso ocurriera inclinaban, sometían o doblegaban voluntades. Si no bastaban las dádivas y agasajos subían un escalón: corruptelas, compras y sobornos. —Para eso está el dinero, decían convencidos.
El poder del dinero es infinito. Incluso con las mujeres. —Todas se pueden lograr con dinero, decía Luis. Muchas sucumbían, pero de vez en cuando encontraban a quienes se les resistían. Y, entonces, se desesperaban.
Una noche de expansión y divertimento alguien les abrió los ojos: —Os ofrezco un mundo feliz. Está a vuestro alcance. Ninguna mujer se opondrá a vuestros deseos. No es necesario que derrochéis vuestras riquezas. No levantareis una voz más alta que otra, tampoco pondréis una mala cara. Su preparación es muy sencilla… Olvidaos de consensos, beneplácitos, adhesiones o conformidades. —¿Qué dices? ¿Qué milagro es ese? —Podría modificar voluntades a ritmo de una inhalación, un soplo o un sorbo, afirmaba con entusiasmo su amigo.
La palabra era larga, dos ‘úes’ y dos ‘aes’. Parecía sacada de un cuento misterioso, pero ¡no!, es real, es una planta con flores similares a las campanillas, pero de gran tamaño.
Aceptaron rápidamente. Querían comprobar si era verdad cuanto habían oído.
En su reservado de la discoteca más exclusiva de París invitaron a las niñas más monas que había aquella noche. Tras las primeras copas, las tres niñas decidieron que era el momento de poner los pies en polvorosa. —Dejad que os ofrezca un cigarro con el que flipareis, dijo Luis. Inhala con fuerza y verás. No tiene efectos secundarios como eso que os fumáis. Luego, os vais si queréis.
Después fue coser y cantar. Todo lo admitieron sin la más mínima oposición. —Tío, ¡son nuestras! Esto es lo mejor que había visto nunca, decía excitado Roy.
A pesar de que los humos de la burundanga funcionaban ‘a la perfección’, les pareció más fácil volcar los “polvos mágicos” en la copa. Incoloros, inoloros e insípidos se ocultaban en cualquier bebida. Aquella noche, la sala de fiestas estaba llena. Las elegidas: cuatro modelos que iban acompañadas. —Venid a nuestro reservado, solo será una copa. Dos de ellas accedieron. Eligieron las copas y en ellas vertieron la escopolamina, con el ánimo de poseerlas sin oposición y sin memoria.
Se convirtió en un juego. Una diversión que había que perfeccionar. No bastaba con llevar a unas mujeres. Había que seleccionarlas. El reto más excitante era convencer a las más rebeldes y huidizas. Tras los primeros sorbos no existía voluntad, no existía arrojo, ni carácter, ni bravura por su parte. —Nunca lo pensé. Caen en nuestras manos indefensas, subyugadas y dóciles.
Sus éxitos afianzaban sus desafíos con las mujeres difíciles. La sumisión, la subordinación y el sometimiento a su voluntad les excitaba sobremanera.
Siempre que terminaban las sesiones intercambiaban impresiones. —Como alguien puede haber descubierto algo tan fantástico. No huele, no sabe, no se ve. Someter sus cuerpos y sus voluntades, me enajena. Antes, las mujeres me obligaban a reprimir mis instintos más animales, los más primarios y salvajes. Ahora ha llegado mi venganza. Doy rienda suelta a los más pervertidos. Es un paraíso de placer libre y sin cortapisas, admitía Roy a su amigo.
—También yo prefiero no confesar las cosas que les hago. Nunca pensé que tuviera tanta imaginación. Soy un ser irracional y cruel, le contaba Luis. Hoy le decía a una niña: —Te revolverías hasta la muerte si supieras lo que te voy a hacer. —No es sexo, es mucho más. Una mezcla extraordinaria de juego, sexo, poder y venganza. Me has rechazado y ahora te vas a enterar. Satisfaré mis deseos. No existirá oposición. Haré de ti y contigo lo que yo quiera.
Tras encontrarse con sus primeras víctimas comprobaron que el ‘floripón’ había borrado el más mínimo recuerdo de lo ocurrido. Sus mentes estaban limpias e inmaculadas, aunque en sus cuerpos les habían dejado una huella perturbadora.
Sus éxitos eran aplastantes y el abuso de mujeres y niñas se incrementaba. No había rastro. No había huella. No había voz disonante.
Meses después, la policía entró en su reservado. A todas las mujeres que allí había se les practicó una prueba toxicológica. Gracias a la rápida intervención se encontraron restos en sangre y se pudo incriminar a los autores.
La suerte había querido aliarse con todas las privadas de voluntad, conciencia y memoria cuando uno de los camareros que servía al reservado vio entrar a su prima menor de edad. Al volver a casa le preguntó qué sucedía allí dentro y ésta tenía vagas e imprecisas visiones. No fue capaz de explicar nada. Por eso, denunció a la policía que muchísimas mujeres y niñas entraban en el reservado. —Lo raro, explicó a la policía, es que era el único reservado en el que ninguna chica salía antes de que ellos lo hicieran. Siempre hay alguna mujer que se resiste, se niega o se opone. ¡Va en su naturaleza!
Doctora en Derecho.
Licenciada en Periodismo
Diplomada en Criminología y Empresariales
