Vivimos un momento en el que las protestas en nuestras calles por la cuestión de la vivienda son recurrentes y expresiones como «zonas tensionadas» se reproducen en debates que recogen la frustración de muchos ciudadanos, que no pueden tener acceso a viviendas dignas, un derecho constitucional que parece haberse convertido hoy en día en un lujo inalcanzable para muchos.
Y si bien la situación es crítica en nuestras Islas y en nuestro país, quizás sea interesante recordar que la falta de vivienda es un problema global, que forma parte de las inquietudes de centenares de millones de personas en nuestro planeta. Casa África acogió esta semana una charla del profesor emérito Julián Salas y la presentación de su documentada monografía
Construyendo con recursos escasos: contra el hambre de vivienda en África, en compañía del arquitecto, profesor de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) y amigo de la Casa Vicente Díaz. Basándose en su libro, el profesor Salas nos dio a conocer unas cifras apabullantes. Hay 82 millones de refugiados, 160 millones de personas sintecho, 400 millones de personas sin vivienda y 1.000 millones de personas que viven hacinadas, a quienes hay que añadir los más de 2.500 millones de personas que viven en tugurios, en todo el globo terráqueo.
Se trata de un tema especialmente relevante hoy, a pocos días de la celebración del Foro Urbano Mundial, que se desarrollará en El Cairo, la capital egipcia, a principios de noviembre. Este prestigioso foro regresa al continente africano más de dos décadas después de su creación en Nairobi (Kenia), en 2002, y, en línea con la charla del profesor Salas, habla de lo local y de la sostenibilidad, de desafíos comunes y de contar con la participación de los ciudadanos en la planificación de las ciudades.
En el caso concreto africano, el desarrollo urbano enfrenta desafíos únicos y complejos que requieren soluciones innovadoras. Hablamos de un continente donde se proyecta que la población se duplicará y alcanzará los 2.000 millones de habitantes para 2050, y donde la tasa de crecimiento urbano es el doble del promedio mundial. Desde 1990, el número de ciudades en África se ha más que duplicado, pasando de 3.300 a 7.600. Para el 68% de la población rural de África, la ciudad más cercana tiene menos de 50.000 habitantes.
La urbanización es un tema candente en ese continente. Los expertos nos dicen que ha facilitado el acceso a servicios, infraestructura y oportunidades económicas para cientos de millones de personas y que un tercio del crecimiento del PIB per cápita de África se debe a ella. Las ciudades son polos de miseria y problemas, pero también de oportunidades: los salarios son más elevados que en las zonas rurales, hay más posibilidades de tener acceso a la educación y a servicios como la electricidad, por ejemplo.
Dicho esto, es necesario recordar que el 62% de la población en África subsahariana vive en barrios marginales informales, careciendo de servicios básicos y protección contra desastres. Estos desafíos presentan múltiples riesgos, como se hace evidente cuando diluvia, hay inundaciones o pasa un ciclón. Sin embargo, la informalidad también es una oportunidad para la innovación en la planificación y el desarrollo urbano. Y, sobre todo, para adoptar enfoques que prioricen el conocimiento y la voluntad locales e impliquen a la ciudadanía.
Lo que el profesor Salas nos vino a decir es que, en un mundo donde se evidencia que la vivienda digna sigue siendo un lujo inalcanzable para muchos, África y América Latina se enfrentan a retos, pero también nos ofrecen lecciones valiosas sobre cómo enfrentar esta crisis con ingenio, participación comunitaria y un enfoque centrado en las personas. Lecciones que también son de utilidad aquí.
En muchas partes de América Latina y África, el sector informal no es solo una realidad, sino una fuente de soluciones innovadoras. En lugar de imponer costosos modelos importados, nos explicó el profesor, es crucial reconocer y potenciar las prácticas locales.
La construcción «informal» ha demostrado ser una respuesta efectiva y asequible a la crisis de vivienda. Utilizar materiales locales y técnicas tradicionales no solo reduce costos, sino que también respeta y preserva la identidad cultural de las comunidades y favorece la cohesión social.
Las palabras del profesor me recuerdan a las de otros expertos africanos, que defienden que los proyectos de desarrollo urbano impulsados por la comunidad pueden abordar la cuestión de la vivienda de manera más efectiva, ya que están diseñados y gestionados por aquellos que mejor entienden las realidades locales.
Y las historias que nos contó el profesor Salas subrayan la importancia de reconocer y aprovechar el potencial innovador de las comunidades marginadas y no dar por sentada la capacidad o incapacidad de nadie. Proyectos como los del Instituto de Cooperación para la Habitabilidad Básica (ICHAB) africano, que incluyen centros comunitarios y escuelas construidas con materiales locales y técnicas tradicionales, muestran cómo la participación comunitaria puede transformar el mundo.
Empoderar a los ciudadanos para que participen activamente en la planificación y el diseño urbano es una recomendación crucial de muchos expertos, pero no es fácil ni barato. Implica invertir en programas de educación y capacitación que fomenten la participación ciudadana y en acompañar a la gente y sus procesos.
Como les decía, África y América Latina comparten desafíos similares en términos de vivienda, y también comparten un espíritu de resiliencia y creatividad. Proyectos como «Hogares de Cristo» en Ecuador, que utiliza técnicas de producción industrial para construir viviendas de bambú de bajo costo, pueden servir de inspiración para iniciativas en África. Del mismo modo, el trabajo del arquitecto Hassan Fathy en Egipto, que promovió el uso de la tierra (los adobes) y la mano de obra local, ofrece un modelo replicable en América Latina.
Frente a la caracterización del continente africano como un lugar asistido y dependiente, se pueden citar numerosos ejemplos de proyectos exitosos en ese continente, como un centro comunitario en Mopti, Mali, construido con técnicas tradicionales de adobe y que costó menos de 100 euros por metro cuadrado. O las escuelas para la paz de Assango, Angola, que utilizan materiales y mano de obra locales, demostrando que es posible construir infraestructuras de calidad con recursos limitados. Estas experiencias no solo resaltan la capacidad de los africanos para enfrentar desafíos, sino también su ingenio y determinación.
El profesor Salas subrayó en su presentación de esta semana que la perspectiva de género va calando en todas estas propuestas: las mujeres son a menudo las más afectadas por la falta de vivienda adecuada, pero también son agentes clave de cambio. Referenció el trabajo de Joan MacDonald, una pionera en la construcción incremental, que ha demostrado cómo las mujeres pueden liderar proyectos de vivienda exitosos, mejorando gradualmente sus hogares y comunidades.
La charla del profesor Salas fue inspiradora, como creo que pueden acreditar los estudiantes de la Estudiantes de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la ULPGC que llenaron nuestro auditorio. Nos descubrió a eruditos que están cambiando el mundo para mejor, como Victor Pelli, la señora MacDonald, Eladio Dieste o Nelly Amemiya Hoshi. Y, por supuesto, señaló las propuestas que no son útiles y resultan en un desperdicio de dinero público, como la Nova Ciudade de Kilamba, a 30 kilómetros de Luanda. Se trata de una fallida propuesta monumental china, con bloques de 13 pisos y una inversión de 3.000 millones de dólares, que se plasma en 750 edificios mayoritariamente vacíos, en medio de la nada.
Me parece que, al aprender de los éxitos y fracasos del pasado y al compartir experiencias entre África y América Latina, podemos construir un futuro donde todos tengan acceso a una vivienda digna y, por qué no, aprender nosotros mismos e imaginar proyectos y soluciones que nos ayuden en nuestros propios contextos.
La enorme diversidad cultural y de todo tipo del continente africano es una fuente de fortaleza: cada comunidad tiene el potencial de desarrollar soluciones únicas y efectivas. Creo que es una moraleja también aplicable a Canarias y España, a su propia escala, y que tenemos que repetirnos para imaginar nuestro futuro inmediato.
José Segura Clavell
Director general de Casa África