Muchos se preguntarán, por lo menos aquellos interesados en la historia de la aviación, por qué los pilotos de Pan Am usaban en su uniformidad la gorra de color blanco o marinera, en lugar de la azul por todos conocida. Todo nace por el Clipper, ya que este aparato era una ave-buque.
Mi historia de un vuelo en el Clipper empieza al leer un libro muy antiguo, sobre mil novecientos cuarenta y cinco, que un buen amigo, Iñaki Larrión, comandante de Turkish Airlines, me ha hecho llegar. Me van a permitir que, parafraseando algunas cosas del autor, les relate la historia.
Mi vuelo comienza en Lisboa, hasta Buenos Aires, y regreso de nuevo a la península Ibérica. Los pasajeros acudimos a las oficinas de Pan American Airways, cada uno con sus maletas y un saco azul obsequio de la compañía en el cual llevamos nuestra ropa de noche y utensilios de higiene personal, obsequio de la compañía.
El Clipper está a lo lejos sobre el río. Amarrado. Uno tras otro entramos los pasajeros en el moderno “Caballo de Troya”, me acomodo en los confortables butacones. Inmediatamente, y uno tras otro, se ponen en marcha los cuatro motores del aparato. Con rapidez ruedan las hélices. Después, media hora navegando por el río Tajo en dirección al mar, contemplando en la penumbra del atardecer las burbujas de blanca espuma que levantan los flotadores del Clipper al deslizarse por el agua. De repente las hélices ruedan con más velocidad, el avión marcha a velocidad inusitada, cuando queremos darnos cuenta, ya no estamos en el agua, el moderno Pegaso está volando.
Cerca de las diez de la noche, los camareros dirigidos por el comisario de a bordo colocan en cada departamento del avión unas mesas que fijan en el suelo, en cada mesa cenamos cuatro pasajeros. Al final de la cena me siento de nuevo en mi butacón y veo las espirales de humo de todos los tabacos, nos acostamos cómodamente hasta nuestra primera escala, Dakar. Después de Dakar, Bolama, capital de la Guinea portuguesa, para luego continuar a Liberia y por fin cruzar el Atlántico hasta Natal.
Todo el viaje fue una auténtica aventura y uno pensaba que todavía quedaba el regreso, el resto del viaje de Natal a Río de Janeiro y Buenos Aires lo hicimos en aviones terrestres. Lo más interesante era el hecho de que uno llegaba a conocer a sus compañeros de viaje. La aviación ha cambiado para bien, en lo técnico, pero ha perdido esa parte de aventura, de glamour.
Hoy corremos por alcanzar nuestros asientos, y sacar nuestros móviles para apurar al máximo nuestra conexión de Internet. Antes realmente la aviación estaba dividida entre terrestres y celestes, hoy no es más que un tubo metálico, que nos transporta a novecientos kilómetros la hora, el café es horrible y al igual que los sandwiches son carísimos.
Hoy todo se mide en costes y si por cualquier motivo se produce una demora, las compañías evitan al máximo atender a sus clientes como merecen. La excusa es que por lo que pagan, pero no es justo.
Yo no viví la era del Clipper, pero como aviador me hubiera gustado poder vivirla porque esa experiencia al menos para mí tenía que ser más excitante que volar en Concorde.
Tomás Cano Pascual
Asesor de líneas aéreas
Delegado para Europa de Air Panama
Fundador de Air Europa