- La Unión Africana celebra este fin de semana su Asamblea Anual con el objetivo de incrementar su voz y su peso en el tablero global, pero con el enorme desafío que supone el retroceso de las democracias
No les descubro nada si les digo que el mundo pasa por un momento tremendamente convulso. Solo con citar Ucrania, Gaza, el Mar Rojo, el Sahel, Sudán, Donald Trump, Taiwán y un mundo que bate mes a mes récords históricos de calor por el cambio climático entenderán que estemos, política y económicamente, en un año decisivo. Sin exagerar, tenemos al planeta al borde de un precipicio. En él, la geopolítica ha cobrado en estos últimos años más importancia que nunca a la hora de analizar todo lo que está pasando.
En todo este escenario el continente africano ha adquirido una posición preminente y estratégica. África, y de esto ya hemos hablado en anteriores artículos, se ha situado en el centro del tablero geopolítico global. La diferencia en esta ocasión, y permítanme usar la metáfora, es que ahora es la pareja más solicitada del baile, y los africanos han entendido que el baile se disfruta más con varias parejas y en diversos estilos, tras tantos años danzando únicamente al son que marcaba la herencia colonial.
Quizás muy conscientes de este aprendizaje, recientemente el G-20, el grupo de los 20 países más ricos del mundo, cedió por fin un puesto fijo en su mesa al continente africano, por lo que pasará a llamarse G-21.
Este fin de semana, en Adís Abeba, capital de Etiopía y donde se ubica la enorme sede de la Unión Africana (construida por China a modo de obsequio, por cierto), se celebra la Cumbre Anual de esta organización, a la que se desplazan la mayor parte de los jefes de Estado africanos. El invitado estrella de la reunión este año no es otro que el presidente de Brasil, Lula Da Silva, que emprendió esta semana un viaje oficial de dos etapas, Egipto y Etiopía. La elección de los brasileños no es casual. Además de asistir a la cumbre, ha elegido los dos últimos países africanos en sumarse al grupo de los llamados BRICS.
Este bloque de países fue creado en 2010 por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (de ahí BRICS), y este año creció con la incorporación de Irán, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita, además de los ya mencionados Egipto y Etiopía, en una cumbre celebrada el pasado mes de agosto en Johannesburgo.
Tras su ampliación, los BRICS representarían el 37% del PIB mundial y el 46% de la población. El crecimiento y consolidación de este bloque, por mucho que, para cualquiera, ahora mismo, el señor Putin sea un socio incómodo, es la demostración más palpable de que los países en desarrollo han apostado abiertamente por un mundo multipolar.
En todo este escenario geopolítico tan intenso, una de las claves de por qué todo el mundo mira a África está en la transición energética global, es decir, en todo lo que hace falta para alcanzar la descarbonización en la que anda comprometida todo el planeta.
Porque materiales como el cobalto, el cobre, el litio, el manganeso, o las tierras raras, como el neodimio o el praseodimio (como recordarán ustedes, las tierras raras que memorizamos de la tabla periódica de los elementos químicos en nuestro Bachillerato), son cada vez más demandados y fundamentales para las baterías eléctricas y, en definitiva, a todo lo que nos acerque al cumplimiento de los acuerdos alcanzados en la última COP para reducir los combustibles fósiles.
La existencia de grandes reservas de estas materias primas en África explica tanto la fuerte penetración china en todo el continente, con su iniciativa geopolítica de la Ruta de la Seda (su nombre en inglés es Belt and Road Initiative, BRI) o el cada vez más convencido interés de los Estados Unidos por incrementar su influencia y recuperar el terreno perdido durante los últimos años. También explica el ambicioso Global Gateway de la Unión Europea (al que hemos hecho referencia en artículos anteriores a raíz del viaje del presidente Sánchez con la presidenta europea Von der Leyen a Mauritania), o a nivel más pequeño, el recientemente presentado Plan Mattei, de la presidenta italiana, Georgia Meloni. Explican, asimismo, la creciente presencia e influencia rusa, mucho más enfocada al ámbito militar pero con el mismo objetivo de conseguir materias primas.
Explican también, por ejemplo, que hasta 25 países africanos estuvieran presentes este pasado mes de enero en un encuentro en Arabia Saudí llamado Foro de Minerales del Futuro. O que países como la India, de la que se escribe muy poco en su relación con África, tengan un volumen enorme de importaciones de minerales africanos.
Es por eso que cada vez cobra más importancia y tiene más seguimiento el hecho de que la Unión Africana celebre su reunión anual, y tiene sentido que los titulares de prensa de mayor parte de las previas vayan en la misma línea: «La cumbre de la Unión Africana busca consolidar el papel de África en la escena mundial».
En un mundo en el que todo se mide en términos de confrontación, los africanos reclaman esta voz, muy conscientes de que siempre será el primer perdedor de los grandes enfrentamientos entre bloques. De la misma manera que son los africanos los que más sufren el cambio climático siendo los que menos contaminan, su dependencia del exterior también generaría que cualquier conflicto a gran escala les sitúe enseguida como el primero de los perdedores. Un enfrentamiento entre bloques en el que se les exija alinearse con unos u otros, en un entorno cada vez más polarizado, no puede traer nada bueno a un continente que ya ha servido de territorio para enfrentamientos militares y geopolíticos desde la colonización.
Por todo esto, la cumbre de la UA es una reunión llena de retos para los países africanos, si es que realmente quieren disponer de un discurso convincente en la escena internacional. Para empezar, ni Gabón ni Níger, los países con golpes de Estado en 2023, no podrán estar presentes, sumándose a Mali, Sudán, Guinea y Burkina Faso (el convenio de Lomé se lo impide a países con regímenes no democráticamente elegidos). Uno de los grandes retos de la Unión Africana está precisamente en el retroceso democrático, un problema que está afectando a todo el continente, pero que es un problema global.
El semanario The Economist publicó esta semana su ya clásico Índice de Democracias Global. Se trata de un índice que pone nota del 1 al 10 a la calidad democrática de los países de todo el mundo. El 10 se lo dan a las democracias más puras, es decir, las que tienen los procesos electorales más limpios y muestran mayor respeto a los Derechos Humanos (Noruega lleva 14 años liderando la lista, en la que España está entre los 24 países del mundo con mayor calidad democrática).
Lo que nos muestra este índice es que menos del 8% de la población mundial vive en democracias plenas y que un 39,4% lo hace bajo regímenes autoritarios, un retroceso de tres puntos en solo un año, gracias a los descensos de países africanos como Gabón o Níger, víctimas de golpes de Estado. El resto del mundo, vive en lo que se llaman democracias defectuosas o regímenes híbridos.
Pero lo más preocupante de este indicador es la tendencia que experimenta el planeta. En un año que teóricamente debía suponer un empuje a la democracia en el mundo, hay muchas noticias preocupantes. La situación en nuestra vecina Senegal, por ejemplo, es una de ellas.
En el índice de estabilidad democrática de este año, África ha visto descender su puntuación media hasta el porcentaje más bajo desde 2006, año de la creación de este índice. Factores como el Sahel y sus golpes de Estado, la terrible guerra de Sudán y su influencia en toda la región, el aún no cerrado conflicto del Tigray, en Etiopía, la inestabilidad en la República Democrática del Congo o el conflicto anglófono de Camerún son ejemplos de ello.
Tenemos que seguir prestando mucha atención a lo que ocurra en África y cómo ésta trabaja unida para ocupar a nivel global el lugar que le corresponde. Lo estamos viendo, entre otras cosas, con el papel de Sudáfrica en su denuncia a Israel para parar la guerra de Gaza a través de la Corte de Justicia Internacional. Nos vienen, insisto, meses por delante muy desafiantes, pero a la vez, apasionantes. De todas las crisis siempre surgen oportunidades. Esperemos que el mundo sea capaz de abrazarlas.
José Segura Clavell
Director general de Casa África