Tal vez mi nombre nunca figure en el Salón de la Fama de la Aviación. Y está bien.
La gloria humana es efímera: hoy te aplauden por volar alto, y mañana te olvidan cuando tus alas se cansan.
En este mundo, muchos se acercan mientras asciendes, pero pocos permanecen cuando el vuelo termina.
Sin embargo, no cambiaría mi nombre —por humilde que sea— por ninguno de los que resuenan en los ecos de la fama.
Porque la verdadera grandeza no se mide en medallas ni reconocimientos, sino en la huella invisible que dejamos en el cielo del espíritu.
Prefiero ser un desconocido en la historia de los hombres, y un recordado en la eternidad de lo invisible.
Allí, donde el tiempo no borra los nombres, confío en que el mío está escrito… allá arriba, en el cielo que me vio volar.
