Rellenaba desde hacía veinte años la lotería del Euromillones. Vio como su padre lo hizo toda la vida y ella continuó haciéndolo sin razón aparente. Su padre le enseñó a no poner nunca su nombre: —Así, si te toca podrás ser libre para hacer con el dinero lo que quieras. Lo cumplía al pie de la letra.
El 3 de diciembre de 2021 los medios de comunicación investigaban quién era el afortunado del mayor premio nunca entregado. La cantidad ascendía a los no despreciables 103 millones de euros. No había pistas para conocer al enigmático premiado.
Como cualquier otro día Victoria se disponía a vivir una jornada laboral más. Madrugó a las 7:15. Tras el desayuno llevó al colegio a sus hijos y se fue a trabajar.
En la oficina todo el mundo hablaba de lo mismo. A un español le había tocado el ingente premio. Y todos sus compañeros se preguntaban: —¿Qué harías tú con tan fabulosa cantidad de dinero? La conclusión se resumía fácilmente: la oficina quedaría vacía, los viajes, los coches y las casas constituirían los objetivos más buscados.
Abría la portada de todos los medios de comunicación y en la calle no se hablaba de otra cosa.
De vuelta al ministerio la fotocopiadora era un hervidero al igual que los cuartos de baño. Hombres y mujeres se reunían para conversar sobre qué cosas serían las más deseables.
En su despacho, un compañero también le preguntó: —Y tú, ¿qué harías si te tocaran? —Pues, supongo que lo mismo que todos, respondió.
Al volver a su casa, Victoria, como era su costumbre, revisó sus boletos de lotería. Y, vio que ella y no otra persona era la afortunada. No se lo podía creer. ¡Cómo era posible que le hubiera tocado! —Voy a mirarlo otra vez, se dijo. Es imposible. Lo hizo siete veces más antes de creerlo. Sus padres habían jugado toda la vida y nunca les tocó y a ella que jugaba sin más… ¡Le había tocado!
Nunca se había ilusionado con un premio. Tenía suficiente para vivir. Era feliz con su marido y sus hijos. Vivían en una casa agradable y acomodada. Iban de vacaciones todos los años. Nada les faltaba que fuera esencial en su vida.
Se sentaron en la mesa y comieron. Al terminar descansó en el sofá. Mientras su marido dormía una siesta y los niños acudían a sus actividades escolares pensó qué podría hacer ella con tantos millones de euros.
Por primera y quizá la única vez tenía la oportunidad de comprobar la importancia del dinero en su vida. —El dinero es solo un medio para vivir, no un fin en sí mismo, les decía a sus hijos.
Había llegado el momento de demostrárselo primero a sí misma. ¿Ese era realmente su valor? Solo después, se lo tendría que enseñar a sus hijos y a su marido. Meditó con calma la estrategia a seguir.
La primera persona en saberlo, su marido. Con su conformidad, constituyó un fondo de dos millones para cada uno de sus tres hijos y otros dos para ellos. Javier no dejaba de sorprenderse con el plan de Victoria.
Cuando los niños volvieron del colegio y acabaron sus deberes les entregó un papel en blanco.
—Vamos a hacer un juego durante este mes. Cada uno de vosotros escribirá en su folio las personas que ayudaríais si fuerais millonarios. Recordad primero a los que conozcáis, y después aquellos que sepáis que no tienen dinero para sus necesidades. Hoy empezaremos.
Con una emoción increíble emprendieron la tarea. Les pareció divertido. En veinte días celebrarían las Navidades: —Todos los días le dedicaremos cinco minutos. En veinte días resolveremos el secreto del juego.
Sus hijos preguntaban: —Mamá, ¿podemos poner a quienes nosotros queramos? —Claro, todos los que se os ocurran. No olvidéis a los amigos, primos, a vuestros abuelos y tíos. Al lado de su nombre poned el regalo que queréis hacerle.
Las semanas siguientes fueron de una actividad continua. Incesante. Cada vez que iban a comer a casa o al finalizar su jornada escolar le hacían cientos de preguntas. —Mamá ¿puedo poner el pobre que hay en la puerta de El Corte Inglés? —Yo conozco a uno que pide por la calle ¿Puedo ponerlo?
Una de sus hijas le preguntaba: —Mamá, el señor pobre que hay en el cajero, ¿lo escribo? —Pues, yo conozco a otro. Si tú lo pones yo quiero añadir el mío. —Le preguntaré cómo se llama.
Victoria y Javier estaban impresionados de cómo buscaban a los necesitados.
Sus hijos veían con sus ingenuos e inocentes ojos mucho más de lo que veían los suyos. Abrían sus corazones sin disimulo y tapujos a los invisibles, a los ocultos y escondidos. Lo hacían con frescura y atrevimiento descubriendo las miserias que tenían alrededor.
En los últimos días dieron otro paso. Debían decir lo que les querían dar para cuantificarlo.
—Recordad que sois millonarios. El juego consiste ahora en repartir un montón de millones entre los que hayáis seleccionado. Y recordad, nos haremos un regalo entre nosotros. —¿Puede ser muy caro? —Sí, recuerda que somos millonarios, cualquier cosa vale.
Fueron días de alegría y discusiones. —Así te vas a gastar todo tu dinero. —No te va a llegar. —Tienes que acordarte de nuestros regalos. —Acuérdate de los niños pobres. —En eso no debes gastar el dinero.
Intercambiaron opiniones, sensaciones, fantasías e intenciones. Mostraron sus desacuerdos y discrepancias. Y también llegaron a interesantes acuerdos. Concluyeron importantes pactos.
Fue entonces cuando sus padres les dijeron que, en efecto, les había tocado la lotería.
Si querían, tal y como habían escrito en sus papeles, cumplirían lo que había sido su voluntad. Estaban contentísimos.
Julia, de 12 años, Marta de 11 años y Jaime de 9 años donaron su dinero para construir un ambulatorio y una UCI móvil en la selva amazónica; tres pozos de agua en Zambia; un hospital en Níger; cuatro colegios en Sudán, Burundi, Sierra Leona y Malaui; dinero para la asociación contra el cáncer, Cáritas y la fundación Madrina. Le regalaron un piso a su cuidadora y un billete de avión para que trajera a su hija a vivir a España. Ayudaron a la gitana de la iglesia y a sus dos hijos; a Santi, el pobre de la puerta de El Corte Inglés; a Sebastián, un indigente que dormía en un banco cerca de su casa. Ayudaron a la madre de un compañero que acababa de quedarse viuda, a Juan, con síndrome de Down que iba a la catequesis con Jaime; a Tomás, un niño del colegio con leucemia; y un coche todoterreno a Lucía, una de sus profesoras del colegio. No olvidaron los regalos a sus amigos, a sus abuelos, primos y tíos.
A su padre le regalaron un coche grande y eléctrico, y a su madre el arreglo de toda la casa y muebles nuevos en todas las habitaciones, un ordenador y una escultura.
Después de dar todos los regalos, los cinco se fueron a cenar a un restaurante, el más lujoso de la ciudad. Se pisaban las palabras, se atropellaban con las impresiones de alegría y sorpresa de quienes habían recibido sus regalos.
El rostro de cada uno de sus hijos irradiaba una felicidad y una alegría inconmensurable al compartir lo mucho que tenían.
Al terminar la tarea que se habían impuesto Victoria y Javier comprendieron que fue una lección de vida. Una de las mejores que iban a recibir todos ellos. Es difícil que se llegue a ser tan rico como lo fueron ese día. Una familia rica, enormemente rica.
Doctora en Derecho.
Licenciada en Periodismo
Diplomada en Criminología y Empresariales
