La gasa sirve para cubrir heridas, pero no las cura. En política, también hay gasas como cortinas de humo colocadas sobre la realidad para que la hemorragia de los hechos incómodos no sea visible. Últimamente, Gaza se ha convertido en esa gasa perfecta.
Un presidente, maestro en el arte del relato, ha encontrado en la tragedia palestina, en el genocidio, un escenario para exhibirse como adalid de los derechos humanos y la justicia internacional. Se pasea por los foros, lanza declaraciones altisonantes y gana titulares que lo muestran como líder sensible y valiente. Mientras tanto, en casa, las noticias sobre corrupción, pactos turbios, concesiones a socios incómodos o la erosión de las instituciones quedan relegadas a segundo plano.
El problema no es hablar de Gaza. El problema es usar Gaza. Convertir el sufrimiento real de miles de personas en un biombo político con el que tapar la putrefacción doméstica. Mientras las portadas se llenan con su “compromiso” internacional, los españoles siguen enfrentándose a una sanidad colapsada, una justicia instrumentalizada y casos de corrupción que manchan a su partido y su entorno.
La gasa tapa la sangre, pero no la detiene. Al contrario: si no se cambia, se empapa y revela lo que se quiso ocultar. Y lo mismo pasa con la política: tarde o temprano, las cortinas de humo se disipan y lo que queda es el hedor de la herida mal atendida.
Gaza no debería ser la gasa con la que el presidente cubre sus vergüenzas. Porque al instrumentalizar un genocidio tan doloroso, no solo degrada el debate político, sino que banaliza el sufrimiento de un pueblo. Y eso, además de cínico, es indecente. –Confucio.