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¿Por qué tanta sumisión ante el rey moro… incluso después de la bandera del revés?
Hay gestos que hablan por sí solos. Una bandera nacional al revés no es un accidente anecdótico ni un guiño travieso. Es un mensaje. Un mensaje viejo, claro, inequívoco. Y nuestros vecinos alauitas lo exhibieron en una cena oficial con el presidente sentado junto a él.La escena quedó grabada para siempre: bandera invertida, sonrisa diplomática, silencio administrativo.
Cualquier otro país habría reaccionado con una protesta formal, un recordatorio de dignidad o, al menos, una llamada al orden protocolario. El nuestro, sin embargo, optó por lo contrario; reforzar la cercanía al rey moro como si nada hubiera ocurrido, como si invertir la enseña nacional fuese tan inofensivo como confundir un cubierto en la mesa.
¿Por qué tanta docilidad? Lo que para el ciudadano es una afrenta, para algunos es un peaje.
Marruecos controla la palanca de la migración, el flujo comercial del Estrecho, la estabilidad de Ceuta y Melilla, la cooperación policial y un sinfín de variables que parecen que no quieren —ni pueden— enfrentar sin el beneplácito del vecino. Y cuando un socio tiene tanto poder sobre ti, su bandera puede estar del derecho, del revés o directamente ausente, esos políticos seguirán sonriendo.
Pero hay quien sostiene que la explicación podría no ser solo geopolítica, que tras la sorprendente docilidad española puede haber algo más incómodo… algo tecnológico…algo con nombre propio con nombre de camión.
Es un público y notorio que en 2022 se reconoció que teléfonos oficiales de altos cargos, incluido el del presidente, habían sido infectados por el software israelí Pegasus. Es un hecho también que se realizaron investigaciones, que se abrieron diligencias y que el asunto quedó, según la versión oficial, en un terreno gris y sin demasiadas conclusiones públicas…
Está claro que Pegasus no es un juguete, es un arma digital capaz de registrar todo; desde conversaciones, archivos, fotos, ubicaciones hasta mensajes cifrados. No roba datos, roba intimidades. Quien consigue acceso a ese tipo de información adquiere un poder silencioso y gigantesco sobre su objetivo.
De ahí surge la especulación —siempre expresada en presunción, porque no hay pruebas públicas que confirmen nada— de que la postura extraordinariamente amable hacia este país podría tener más dimensiones de las que se admiten oficialmente.
Paradójicamente, cuanto más amable se muestra nos mostramos con Rabat, más peso adquiere la sospecha. Mientras el rey marroquí maneja los tiempos, aparece cuando quiere y desaparece cuando no, otros aguardan, ceden, viajan, agradecen, respiran diplomacia paciente y complaciente. Y cada gesto de complacencia, lejos de disipar dudas, las multiplica.
Porque si todo esto fuese solo pragmatismo, solo cálculo frío, solo geopolítica… ¿Por qué una actitud que roza la reverencia? La respuesta oficial siempre es la misma: “relaciones estratégicas”. La respuesta oficiosa, la que circula en pasillos, tertulias y despachos, apunta a algo más complejo, aunque no probado ni demostrado, pero tampoco descartado. La verdad completa se conocerá algún día en algunas memorias de los protagonistas, pero la imagen de la bandera lo dijo todo…. Y las actitudes posteriores dicen aún más. —Confucio.
